Vespa 300 GTS ie: Un emblema histórico prodigio de agilidad - El Síndrome Vespa
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Dicen los escritores, decimos lo novelistas, que los olores y las música son dos elementos que te trasladan al instante a través del tiempo y del espacio hasta una experiencia vivida en el pasado y en un lugar remoto. Dicen que es así y de hecho se utiliza en muchas ocasiones como recurso literario; pero, después de este reencuentro con la Vespa, que llega 25 años después de haber vendido la última que poseí, pienso que habría que añadir otro elemento más con esos mismos poderes mágicos de traslación.
El Síndrome Vespa
Efectivamente, ahora, con los primeros albores de 2014 rayando ya el cielo, ciertamente, con sólo acercarme a esta nueva Vespa del siglo XXI y observar el habitáculo que queda delante del asiento y al resguardo del escudo, he podido revivir esa sensación entrañable que me cruzaba el cuerpo cada vez que me ponía en marcha sobre una de aquellas Vespas que tuve antaño (una 150 y dos 200), y no pude sustraerme a la tentación de subirme a esta moderna 300 GTS. Cuando lo hice, con esa postura tan característica que marca una Vespa, que ahora no ha cambiado en absoluto, y sobre todo cuando agarré los puños de ese manillar con una altura y a una distancia del cuerpo tan personales, me retrotraje en el tiempo un cuarto de siglo atrás, sentí como un cosquilleo eléctrico recorría mi espalda y erizaba un momento después el vello de mis brazos. Sí, al instante volvía a ser más joven, volvía a ser el de antes con la mente nublada por aquel loco romanticismo que impulsaba mis aventuras y la mayoría de mis actos de entonces. Me he puesto tan nostálgico que el síndrome Vespa me ha trasladado más y más atrás en el tiempo para casi –sólo casi- darme ganas de repetir, por ejemplo, aquel examen para el carné de conducir A-1 que hice allá por el año 1.976, en el centro de exámenes de Vigen del Puerto, junto al río Manzanares (que me disculpen los foráneos de Madrid).
Por eso, en cuanto di a mis ojos dos parpadeos para volver al presente, sentí al instante el deseo de arrancar, la necesidad de fluir por las calles con este auténtico emblema de una cultura que muchos añoran ahora, tal vez por mera nostalgia, tal vez por su simbolismo histórico o quizá, quien sabe, por la propia selección de la memoria.
Gas, en marcha, e inmediatamente percibí una sensación que no me abandonó a lo largo de los kilómetros ni de los días en que disfruté y también me emocioné con esta 300 GTS.
La sensación es Vespa, totalmente Vespa, tanto es así que, apurando la aerodinámica contra el viento en el primer tramo de autovía que abordé, sentí el impulso de aplanarme completamente y volver a mirar, como antaño, a través de la rendija que se abre entre el manillar y el escudo. La sensación es tan puramente Vespa que me pasé toda la prueba pisando el lado derecho de la plataforma cada vez que frenaba; aunque también es cierto que, por otro lado, no eché de menos, en absoluto, aquella postura que torturaba la muñeca izquierda para mantener los dedos sobre la maneta del embrague y espantar así el fantasma del gripaje, sobre todo con la cuarta engranada.
Sí, en la Vespa del Siglo XXI no existe el pedal del freno, no existe el cambio en el puño izquierdo ni el embrague, no existe la rueda de repuesto ni el depósito de mezcla, tampoco existe el grifo de gasolina. Por tanto, de la Vespa del Siglo XXI tampoco se puede decir que estemos ante lo que llamaríamos "un scooter neoclásico". De la Vespa 300 GTS, y, por extensión, de toda su saga actual, se puede decir, en cambio, que es un scooter con las soluciones más actuales envueltas en un diseño moderno de inspiración retro. Lo más parecido en el mundo de las cuatro rueda al caso del Escarabajo acutal.