Vespa 300 GTS ie: Un emblema histórico prodigio de agilidad - Corrimos con Vespa en los 70

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Vespa300 12

Probador: Tomás Pérez

Ficha Técnica: 1,91 m, 102 kilos, 55 años

Nivel: Subcampeón 2012 Categoría Twin Mac90. 4ºClasificado en las 6 Horas Vespa Barcelona de 1.979 y 2º en las de 1.980

Hacía el viraje de izquierdas bajo unos nubarrones, oscuros como mantos de tinieblas, que no habían dejado de descargar su lluvia persistente durante las tres horas largas de carrera que llevábamos ya disputadas. Con esa curva, en subida y de asfalto infame, terminaba de coronar la vuelta que bordeaba el Estadio Olímpico para deslizarme por la vertiginosa bajada que desembocaba en la recta. Sí, la mismísima recta de Montjuich tomada en sentido contrario al de sus legendarias 24 Horas.

Valvidriera II

Encaré el largo tramo, que se antojaba como una alfombra persa tras los boquetes esquivados en la parte trasera del circuito, y busqué la velocidad máxima de aquella insólita moto de carreras con una postura ciertamente contrahecha. La muñeca izquierda doblada en escuadra para posar dos dedos sobre el embrague, la espalda más que aplanada, plegada como una bisagra sobre el asiento, y la nuca encorvada hasta casi dislocarla para apuntar la mirada al frente, apostado como un francotirador, a través de la estrecha mira que dejaba libre el borde del escudo bajo el manillar. Mientras, con el rabillo del ojo, vigilaba a mi rival por cuarta vuelta consecutiva. Se trataba de un tipo francés, un sujeto contumaz y correoso como sus ancestros de aquella aldea gala que se rieron en los cómics de todo el Imperio Romano.

Miré al final de la recta, allá donde las pacas de paja nos cerraban el paso para formar la curva, cerrada y artificial, que nos llevaría a la antigua zona de exámenes para el carné de conducir (en la actual antena de Consirola). Mantenía fija mi atención sobre la referencia que había tomado para aquella exigente frenada en uno de los gruesos árboles que cubren el parque. Sin embargo, en aquella ocasión me acercaba con la obsesiva intención de rebasarlo sin ni siquiera haber aflojado el acelerador, con la fija idea de dar toda una lección a aquel persistente gabacho. 

El árbol de referencia se acercaba, y yo mantenía el puño cogido a fondo. Él también. El tronco del árbol se echó encima por el lado izquierdo con tal cercanía que podía distinguir las gruesas escamas de su corteza, mientras que, haciendo un verdadero esfuerzo, aún mantenía la mano derecha completamente aferrada al gas. Él también. Aguanté y aguanté hasta que el árbol quedó atrás y las pacas de paja empezaron a hacerse más y más grandes, cubriendo ya buena parte del panorama que tenía enfrente; aun así, la negligencia propia de mis veinte años me llevó todavía a ignorar mi instinto de supervivencia y mantener aún un segundo más el acelerador a tope. Él también.

Entonces, la embriaguez de la testosterona me llevó a una conclusión suicida que quise lanzar a mi rival con el pensamiento: “Como no cortes tú primero, yo no voy a hacerlo”. Él pensó lo mismo.

ValvidrieraPude ver cómo el pánico se extendía entre el público que abarrotaba el contorno de la curva tras la paja y bajo sus paraguas cuando las dos Vespas se tocaron y enfilaron una trayectoria, tan recta como incontrolada, en el centro del viraje. Sentí luego cómo la moto se cruzaba y me volteaba sobre las protecciones hasta ir a parar, literalmente, en brazos de los espectadores.

Sí, una secuencia surrealista e impensable hoy en día. Aquella carrera tenía un nombre con toda la pompa que merecía una prueba en la que anualmente se jugaban su prestigio los concesionarios y servicios oficiales más importantes del país, con la participación añadida de algunos equipos de Italia, Francia y Portugal.

Eran las 6 Horas Internacionales Vespa de Barcelona...Corría el año de Nuestro Señor de 1.979.

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