Jorge Lorenzo: Adaptación Extrema

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Un punto de vista un tanto aparte sobre la inédita hazaña del campeón de MotoGP en el pasado Gran Premio de Holanda. Jorge Lorenzo corrió con un brazo y media cabeza (Sigue Leyendo).

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Efectivamente, toda una demostración. Pero ¡qué vamos a decir a día de hoy sobre esa gesta de Jorge Lorenzo! La misma hazaña nos ha dejado a todos con la boca abierta por la incredulidad, y es de tal magnitud como para provocar un elocuente silencio en los medios, como para dejar durante la siguiente semana las revistas con sus páginas en blanco, enmudecidas por el asombro. Así pues, ¿qué nos queda por añadir en Super7 a esta suprema demostración de pasión por el motociclismo? Nada, sino abundar en lo que ya se ha subrayado con riadas de caracteres digitales, con oleadas de palabras en las ondas y con los tópicos ríos de tinta en la prensa. El heroísmo de Jorge Lorenzo, la mayor gesta en la historia del motociclismo de competición, un hito extremo que marca hasta qué punto los pilotos están hechos de otra pasta y que su ansia de victoria les lleva, como en el caso de Lorenzo, a traspasar los límites de lo humano.

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Sin embargo, creo que podemos destacar en este editorial un aspecto de esa gesta que tal vez no se haya comentado o, simplemente, se haya tocado sólo de refilón.

Se ha hablado siempre de una característica que personaliza el pilotaje de Jorge, su propio padre, Chicho, es el primero en subrayarla, y el mismo que firma este editorial también lo ha hecho en repetidas ocasiones. Aparte de la permanente progresión de este piloto, quizá la cualidad más destacable que distingue a Jorge Lorenzo es su extraordinaria capacidad de adaptarse a cada circunstancia.

Efectivamente, siempre se ha dicho que Jorge ajusta y adapta su pilotaje a cada vuelta, también que es un piloto de segundas mitades de carrera por la forma tan fina con la que se va acoplando a la moto a medida que se va desgastando, y de hecho es el piloto al que menos movimientos, oscilaciones y derrapajes se aprecia en su marcha, incluso cuando está haciendo añicos, vuelta a vuelta, el récord de una pista. Quizá el momento más claro en el pudimos ver esa adaptación del pilotaje de Jorge al desgaste de la moto fue durante la prueba de MotoGP del Gran Premio de Jerez 2.012.

Muchos recordarán aquella carrera con la mitad de las vueltas en mojado y una segunda parte sobre un asfalto que se iba secando vuelta a vuelta hasta convertirse en una lija devoradora de goma. En los últimos compases de la prueba algunos harán memoria fácilmente para recordar la Honda de Pedrosa cruzándose incluso en plena recta de meta, cuando iba completamente vertical, mientras que la Yamaha de Lorenzo apenas se movía. Todos pensábamos en lo bien que había administrado la goma el mallorquín abriendo con mimo el gas y haciendo pasar los neumáticos por las zonas mojadas en los tramos rectos para enfriarlos. Creo que todos alabamos su habilidad y su austeridad con las gomas, porque pensábamos que las había conservado en condiciones más o menos aceptables hasta el final. Sin embargo no fue así.

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La realización de TV nos mostró un primerísimo plano en el que se apreciaba al detalle la superficie de un neumático. Sólo se veía la goma en la pantalla, nada más, y desde luego se trataba de una goma destrozada como un campo machacado por un bombardeo. Todos pensamos: ¡Fíjate cómo ha quedado la rueda de Pedrosa!

Sin embargo, cuando la cámara abrió el plano, sin dejar de enfocar esa rueda, al menos el que firma este editorial se quedó boquiabierto al ver que se trataba de la M-1 de Lorenzo y no de la Honda oficial. Después, el objetivo mostró la rueda de Dani, y, efectivamente, se observó un neumático machacado, pero en ninguna manera ofreciendo el destrozo de la Yamaha del Campeón.
Aquella fue una de las muestras más patentes de cómo Jorge Lorenzo es capaz de ir ajustando su pilotaje a las condiciones y, en aquel caso, al desgaste de la moto. Sin embargo, todos hemos presenciado un año después la demostración extrema de hasta qué punto llega la capacidad del actual campeón durante el desarrollo del pasado gran premio de Holanda, una demostración en la que hizo gala de una sobrehumana adaptación con unas facultades escasas, menguadas, que fueron extinguiéndose poco a poco a medida que transcurría la carrera.

Durante las primeras vueltas al circuito de Assen todos pensamos en el inmenso dolor que tuvo que soportar Jorge, en el esfuerzo para seguir adelante apretando los dientes y sobre todo para terminar en ese quinto puesto de auténtica ciencia ficción.
Sí, tal vez todos pensamos en ese esfuerzo durante la carrera; sin embargo, después, reflexionando y tratando de ponerme en situación, recordé cómo el dolor es capaz de anular la mente hasta bloquear cualquier pensamiento, por sencillo y corto que resulte. El dolor intenso no nos deja pensar en otra cosa que no sea el obsesivo deseo del alivio.

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Durante las primeras vueltas, entre los analgésicos y la escasa frescura que pudiera sentir en el cuerpo antes de empezar, pongamos que Jorge disponía de media mente.

En esas condiciones, con esa única mitad de su mente, Jorge partió desde la posición doce de la parrilla y remontó hasta llegar a rebufo de Bradl para hacerle ese interior increíble, además en una curva a izquierdas, con el codo rozando el suelo y con ese hombro roto sintiendo el aliento del asfalto. Vueltas más tarde y ante incredulidad de todos, se colocó tras Crutchlow para rebasarle después con una trazada recortada ante la absoluta perpleglidad del inglés.

Hasta ahí su extraordinaria adaptación del pilotaje tan sólo con media mente y también con un brazo de fuerzas mermadas. Pero podríamos calcular sin problemas, viendo los tiempos, las vueltas en las que el dolor empezó a dominar todo el protagonismo para terminar nublando la mente prácticamente por completo y para minar, además, las escasas facultades de un brazo hasta dejarle totalmente manco en el final.

Concluyendo, Jorge empezó la carrera con la concentración de sólo media cabeza, pero terminó la segunda parte con la mente nublada por el dolor y pilotando con un solo brazo.

¡Increíble!

Tomás Pérez

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