A mi amigo Antonio (A. Maeso)

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Un particular y sentido abrazo de todo el equipo de Super7 para Antonio Maeso, después de su grave accidente en la pasada edición del Tourist Trophy. Un texto que invita a la reflexión, pero sobre todo al reconocimiento que Super7 piensa que le debe la afición a todos los TT Riders, y especialmente al único representante español entre ellos: Antonio Maeso (Sigue leyendo).


dando la mano


 


A mi amigo Antonio


A lo largo del tiempo, no se ha hablado, ni se habla ahora, tanto como algunos pudieran creer sobre el TT y la Isla de Man. A muchos les resulta una anacrónica carrera que pervive después de más de un siglo gracias a esa cerrazón británica; la misma que mantiene contracorriente un sistema de medir en clave o una forma de conducir simétrica a la de todos los demás. Algunos ignoran directamente el TT y no lo relacionan con esas escalofriantes imágenes tomadas por las cámaras on board; mientras que a otros, los últimos, la Isla de Man les resulta tan desconocida que debe de sonarles a otra isla, la que da título a aquel libro de Tintín ambientado en los paisajes marítimos más anglosajones:
La Isla Negra.

Pero si por algo es conocido el Tourist Trophy y la legendaria isla donde se organiza, es sobre todo por eso, por su lado más negro.

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Ciertamente, el morboso sensacionalismo atrapa al ser humano como el pastel de Samaniego, el de rica miel, a esas moscas de vida simplona y devenir tan manipulable como el criterio, amorfo y endeble, de un espectador adicto a los reality shows; y no vamos a dedicar, por tanto, a este suculento aspecto del TT –suculento para los explotadores de lo exclusivamente comercial- más del espacio estrictamente imprescindible.

Durante toda mi vida motociclista -que se extiende, ni más ni menos, desde el momento en el que tomé uso de razón hasta en el que tal vez ahora, por lo que uno contempla a su alrededor, comienza a perderla de manera degenerativa- he escuchado hablar, he leído relatos, he visto fotos, he repasado vídeos y, en definitiva, he soñado con el Tourist Trophy hasta que por fin, después de muchos, muchos años, llegó aquel momento casi inesperado.

Ocurrió en una mañana de junio, rayando el alba sobre el horizonte de Douglas. Sí, a esa hora anfibia entre la noche y el día, me detuve tras la línea de un semáforo; un semáforo cualquiera, como el de cualquier calle vecinal de cualquier barriada británica. Al principio no me percaté: la somnolencia me atolondraba; pero una protección marcando a su correspondiente farola me puso en situación y, de repente, aquella línea del cruce se antojó como la salida de una carrera. Todo encajó al instante: La patente realidad de aquel momento presente con una fantasía inalcanzable grabada en el lecho de mis sueños. Efectivamente, tenía ante mí la legendaria bajada de Bray Hill.

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El vello se me erizó desde la uña más extrema de cada pie hasta el cabello más elevado de mi coronilla, aplastado por el casco. Una emoción profunda y a la vez entrañable recorrió todo mi cuerpo como si acabase de encontrarme por fin con un familiar indiano con el que me hubiera carteado durante más de media vida. Me hallaba por fin dentro del circuito del TT.

Solamente los motoristas de espíritu romántico y profundos sentimientos podrán entender parte de lo que trato de expresar. Tan sólo los quemados más puristas, los más arraigados en la cultura y en la historia del motociclismo sabrán qué pude sentir en aquel histórico momento de mi vida.

Después de hacer aquel viaje soñado a las raíces del motociclismo, mi concepto del mismo es otro. Desde que viví aquella semana del TT, mi concepción de las carreras, y del mundo de La Moto, en general, ha cambiado en su mismo principio. Yo mismo, como motorista, soy otro después de aquella visita a La Isla.

Las opiniones, como dice mi compañero José Ángel, el del 7 Grasiento, son como el culo: Todo el mundo tiene una; y sobre un tema tan apetecible como la actitud y la mentalidad que toman los pilotos que participan en el Tourist Trophy, los TT Riders, ante el riesgo que afrontan cada año, no iba a ser menos. Generalmente, la masa carente de criterio y sedentaria de pensamiento, casi por naturaleza, no se molesta en analizar la conducta de un sujeto que no comprende, y, directamente, sin entrar en más especulaciones, la califica de locura; algunos incluso van un poco más allá y los señalan como “suicidas”, cuando el sujeto en cuestión arriesga su integridad, o más allá de ello, su propia vida. Sobre el TT se escuchan muchas opiniones, se vierten muchos pareceres y existe un debate abierto que pone en tela de juicio, incluso, su propia razón de ser. Un debate, curiosamente, que plantean sobre todo los que nunca han visitado La Isla de Man. Sobre el TT se habla mucho desde la distancia al mismo tiempo que se tiene una idea traslúcida creada a través de las crónicas, casi telegráficas, que ofrecen la mayoría de los medios. Efectivamente, siempre hay una opinión, un parecer o un comentario; pero lo que sobre todo hay en torno y acerca de la carrera más antigua y más rápida del motociclismo en el mundo es Mucho Desconocimiento.

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A un servidor, después de haber vivido, con toda su intensidad y también desde dentro, una semana completa del Tourist Trophy –incluso algunos días más-, no le queda ninguna opinión, y más bien al contrario, tiene, si cabe, las ideas aun más confusas a propósito del ser o no ser de esta carrera hoy día. Tal vez haya que ser británico para comprenderlo, pero a mí eso, sinceramente, me trae sin cuidado.

Aparte de esto, los que sí han quedado mucho más marcados dentro de mí son: Por un lado, un profundísimo respeto por esa esencia pura del motociclismo, mantenida intacta durante más de un siglo; por otro, una envidiosa admiración por unos aficionados que siguen con devota tradición esta carrera durante años y años, y que han acuñado dentro de sí la riqueza de una cultura de La Moto, de un rancio sabor, que para sí la quisiera quien firma este editorial; y por último, el manifiesto reconocimiento que merecen todos y cada uno de los TT Riders que cada año participan en esta muestra pura y rotunda del motociclismo tal y como era en sus orígenes, en su esencia más destilada.

Ni que decir tiene que este reconocimiento que uno siente por estos pilotos comprende también el agradecimiento por darnos cada año una demostración entregada, y anónima en su inmensa mayoría, de su dedicación a la moto, y también el afecto, porque de alguna manera proyectan sobre la realidad lo que muchos, alguna que otra vez, hemos albergado en nuestros sueños más fantasiosos.

Una profunda admiración y un cercano afecto que han crecido, también y sobre todo, a la sombra de una particular amistad en la distancia. Sí, hablo de la que siento por mi amigo Antonio.

Así es: me satisface enormemente y me jacto de mi amistad con Antonio Maeso, el piloto español más rápido y con más participaciones -de largo- en el Tourist Trophy.

Antonio me enseñó mucho sobre el TT. Antonio me dio a conocer detalles que hacen única esta carrera, y más grande, si cabe, de lo que ya aparenta de por sí cuando te vas acercando a ella. Mi amigo Antonio me explicó, por ejemplo, cómo se prepara una mil para el TT, alargando el desarrollo de serie, en lugar de acortarlo, como se haría para cualquier “circuito corto”, por rápido que éste fuera. Mi amigo Antonio me explicó lo complicadísimo que resulta encontrar una geometría de la moto y el ajuste de sus suspensiones para negociar a 200 por hora una zona de asfalto rizado y peralte inverso, como es, por ejemplo, la de Glen Helen. Mi amigo Antonio me habló de sus problemas para controlar el equilibrio y la dirección de la moto durante el vuelo y en el aterrizaje, particularmente, del salto de Crosby, y el que firma quiso recomendarle, con la más absoluta ingenuidad, esa práctica elemental para guardar la verticalidad en los saltos de enduro que consiste, sencillamente, en abrir las rodillas. Cuando Antonio me apuntó con discreción que el salto de Crosby se negocia por encima de los 290 por hora, se puede imaginar el lector el gesto de estupefacción que quedó dibujada en mi cara de ignorante.
Antonio me explicó que el estilo de pilotaje que se aplica en el TT es, por fuerza, muy diferente del que se ve comúnmente en los circuitos convencionales, en los “circuitos cortos”, que no puedes tirar el codo apuntando al suelo y alargar el cuello para desplazar la cabeza completamente al interior, que ni siquiera puedes abrir la pierna porque puedes dejártela en cualquier rincón de la Isla, bien contra una farola o bien contra una señal de tráfico, o también abrirte en dos la rodilla, como una nuez, en el impacto contra un bordillo.

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Antonio Maeso, un piloto cuya trayectoria apenas si llega de esa forma traslúcida a la gran masa poco más que el propio TT, una trayectoria que quizá se sintió algo más cercana con su particular campaña del pasado año para conseguir correr una vez más en La Isla, para esa ocasión, por subscripción popular. Antonio Maeso, una figura internacional de nuestro motociclismo que resulta un perfecto descocido para una gran mayoría que sabe lo que se desayunan, las canciones que escuchan o las películas favoritas de algunas estrellas del Mundial. Antonio, uno de ésos locos que se juegan la vida todos los años en una isla que se antoja cada vez más alejada del aficionado. Antonio, para otros, uno de esos frikis suicidas que hacen esas carreras extremas, pensando que quizá son patrocinadas por alguna bebida energética de renombre mundial. Antonio Maeso, sí, mi amigo Antonio, está pasando durante estas semanas por los que probablemente sean los momentos más duros, y desde luego, los más dolorosos de sus vida. Antonio se halla ahora postrado en una cama a dos mil jodidas millas (Pulp Fiction) de sus casa en Almería, y Antonio, como ser humano que puedo certificar que es, al margen de ese halo de superhombre con el que algunos puedan envolverle, necesita ahora, más que nunca, del apoyo, del calor, del afecto de todos los aficionados que me consta que sienten la misma admiración por nuestro único representante en la carrera más antigua, más rápida y también, desde luego, más peligrosa del mundo.

 Antonio está sufriendo ahora el lado oscuro –no el más oscuro, afortunadamente- de una forma de entender las carreras que no constituyen, como algunos creen, o yo mismo equivoqué durante un tiempo, una degeneración de las que vemos un domingo sí y otro no en la televisión. Antonio ha participado durante cinco temporadas en las carreras que representan hoy día, como ya he mencionado, el origen y esencia de este deporte y de las que han derivado MotoGP, SBK, el CEV y todas las que vemos habitualmente a lo largo de una temporada. El TT no es una versión extrema de lo que se retransmite y publicita en los medios, sino que lo que vemos en nuestros circuitos, en todos los llamados “circuitos cortos” por los TT Riders, constituyen, precisamente, una degradación del Tourist Trophy para los más puristas.

camisetaAntonio, durante la última vuelta (sexta) de la durísima categoría de SBK, cuando llevaba más de 350 km corridos, se salió de trayectoria en una de las curvas del final de la montaña e impactó tangencialmente a 250 por hora contra un muro, haciéndose, literalmente, mixtos la pierna. A pesar de la brutalidad del impacto, que le dejó con la extremidad colgando, Antonio tuvo los arrestos, los bemoles, tuvo los redaños, o, si se prefiere, tuvo los santos cojones de mantenerse sobre la moto hasta que consiguió detenerla por completo. Cuando otros pilotos del TT conocieron las circunstancias del accidente y supieron que Antonio había logrado mantenerse sobre la moto hasta el final, ¡sin llegar a caerse!, sencillamente, no dieron crédito a lo que escuchaban.

Antonio, amigo Antonio, quiero enviarte desde España mi más sentido abrazo y espero que con él te lleguen los de algunos más, los de esos aficionados que, por encima de cualquier consideración, admiran tu pasión por el motociclismo.

Texto de Tomás Pérez 

Firmado por todo el equipo de Super7

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