HARLEY DAVIDSON SPORTSTER XL 1200 CUSTOM A: Su nombre es Rock'n'Roll

Escrito por José Angel el . Publicado en Pruebas de motos

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Esta moto tiene un alma muy especial, sobre ella encontrarás un ritmo y electricidad sólo comparable al de las seis cuerdas. (Sigue Leyendo)

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Jose Angel Lorenzo

Ficha: 41 años, 72 kilos, 1,70m

Nivel: Mucho farra, mucha Kustom Kulture y muchos hierros. Ya no corro que es de cobardes. También soy monitor de conducción custom.

 


Me pregunto cuántos de los que comenzáis a leer esta prueba lo hacéis desde el punto de vista de una Naked, por ejemplo. Si es así, no te llames a engaño, no sigas. Aquí, en este grasiento rincón, en nuestras pruebas de hierros de la Kustom Kulture carece de valor que roces con las estriberas para emitir una opinión. Tampoco es determinante si la posición es de tal modo y debería ser de otra manera. No te confundas. Es un acto de fe y nuestra creencia es la que es, o crees en ella o la detestas, no hay término medio.

Con éstas motos no correrás como si quisieras hacer un minuto en menos de 60 segundos, tampoco lo pretendemos. Pero ojo, correr, corren.

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En este hierro se huye del negro solitario; se adorna con colores vivos, brillantina y cierta estética setentera sobre una imagen Bobber, generada principalmente por su Donut delantero. Hay un modelo en el que es especialmente llamativo montar un neumático de generosas dimensiones delante, ese es la Sportster.
Hace diez años que tengo una, la Nieves, soy un enamorado de este puñetero modelo, pero no pienses que sólo te voy a contar virtudes, en absoluto, porque sus defectos son los que me castigan y sus imperfecciones las que me enamoran, su negra alma es como la de una hermosa bruja, hechicera y poderosa, pero cruel con tus sentimientos.

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Cuando me presentaron a esta princesa de la magia negra se me pasó por la cabeza lo que a casi todos: ¿se notará mucho la rueda gorda en su comportamiento? Tras alabarle su aspecto y notar que la llave en mi mano arde en deseos de ser introducida en su contacto, salgo disparado sobre ella como alma de lleva el diablo, busco por campos cercanos una serpiente y en las curvas de sus escamas de asfalto me doy cuenta que el ruedón no machaca su siempre mejorable horquilla, por el contrario, le confiere un tacto agradable y sin duda eficacia.

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La escapada es breve, me fastidia, porque me promete cosas que mi Nieves no me da, se moriría de celos si viera que incluso el tanque de gasolina, no siendo un Peanut, me gusta, a mí, que más de cien veces he dicho que una Sportster con otro depósito es quitarle su personalidad. Cuántas veces me pierde la boca. En cualquier caso es la primera vez que este tipo de depósito me encaja en un conjunto así.

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Definitivamente debo volver a la urbe, el Rock Palace es el lugar de mi reunión para esta tarde, sumidero de quemados del rock en cuyos locales ensayan los componentes de la más variopinta fauna guitarrera. El sitio es céntrico, cerca de la estación de Atocha, por tanto hay una gran densidad de latas alicatando las calles, no obstante la moto se comporta magníficamente, su manillar plano y un tanto estrecho es una maravilla para culebrear y pasar entre coches, algunos de sus conductores apenas notan que una sombra pasa a su lado, hubiera estado mejor despertarles de su letargo de anodina realidad con el hermoso sonido que es capaz de emitir este 1200 cc de la MoCo. Pero de serie hay que conformarse con la muy legal afonía de sus colas. Haciendo juego con los colores del garito se queda la moto, mientras me dirijo a la barra del bar observo los tatuajes del camarero, toda una carta de presentación del tipo, con menos ganas de conversación que un político ante un juez, me saluda con una mueca y espera mi petición. Tomo el tercio y me voy a los locales de ensayo dónde me esperan los cuatro personajes con los que me he citado. Unos tipos que conozco desde los tiempos del instituto en los Salesianos de Atocha; por ironías del destino y por gracia de su común gusto por el heavy se unieron sus caminos. Se llaman Mateo, Juan, Lucas y Marcos, como los cuatro escritores bíblicos, fue el detonante para hacerse llamar los “Evangelistas”. Ellos no han escrito un libro, su fe en el rock’n’roll es tan grande que no cabría en él.

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Recuerdo las “pellas” refugiados en la cercana bodega del Maroto, hablando de música, de sueños y de motos, mientras, Rafa Pascual hacía sus pinitos como jugador de voleibol en el equipo del cole, él acabaría siendo unos de los mejores deportistas de la historia de este país. Qué caminos tan dispares.
Entro a la sala de ensayo en mitad de una versión del “Ace of Spades” de los Motörhead que haría revolverse en su tumba al mismísimo Lemmy, si no fuera por que afortunadamente no está muerto; cabalgando sobre los frenéticos acordes se llega a intuir alguna maldición de mi genoma y algo sobre mi madre. En aquella burbuja del mundo se concentra más auténtica Kustom Kulture que en cien programas del American Chopper.
Las horas pasan, el sol se pone y los cuatro Evangelistas del Rock, también. Desmontan el chiringuito y cargan una furgo cochambrosa, llena de cicatrices oxidadas, auténticos seguidores del estilo “Rat” sobre cuatro ruedas.
Mientras realizan su pequeña mudanza decido salir a la puerta, me gusta la estampa de la “Sporty” a la vera del garito. Para sorpresa mía me encuentro que un padre de esos que piensan que los niños tienen que hacer lo que les venga en gana para afianzar su personalidad, ha permitido a sus retoños subirse a la moto. Menos mal que el motor ya está frío, de lo contrario, no quiero pensar en los resultados en la piel de los “pekes”. Es una pena que las tonterías de algunos adultos las tengan que sufrir niños. Los churumbeles, niño y niña, se divierten imitando como si estuvieran a galope sobre un caballo, él, además, retorcía continuamente el puño del acelerador. Hablo al padre no sin cierto tono irónico:
  -Qué bonita moto tienes.
  -No, si no es mía – Responde ciertamente sorprendido.
  -Evidentemente, sería un sacrilegio. Entonces no entiendo porqué cojones permites que tus nenes se dediquen a jugar en ella.
El padre camisero a rayas empieza adquirir un tono altivo y a espetarme bobadas sobre legalidades, motos en la acera, moteros y “blablabla”. Tengo un don, el de toparme con tipos así. De pronto la niña, si el chico tiene unos 6 años ella andará por los 8, me espeta en uno de esos tonos de repelencia subida que seguramente le viene de familia:
  -¡Pues mi papá ha dicho que podemos montarnos en la moto, tío feo!
Miro a la nena, sonrío con toda la dulzura que me es posible y mientras señalo la puerta del Rock Palace, contesto:
  -Claro que sí bonita. Tenéis que estar atentos, vais a conocer a Bob Esponja y Calamardo-.
Los niños abren mucho los ojos y en su semblante se refleja la ilusión luminosa del anhelo de dos personitas que sienten pasión por unos personajes de ficción, en un regalo del destino pueden tener la oportunidad de conocerlos en la vida real. En ese preciso instante por el pasillo que lleva a la calle, aumentado por el efecto bocina de esa particular salida, como un cañonazo se escucha un tremendo eructo, los testigos podemos incluso asegurar que hizo eco con el edificio de en frente. Seguidamente aparecen Lucas, el cantante bajito y regordete, y Mateo, el espigado batería, ambos con su pelo largo, las chupas de cuero y su pinta de extras de Walking Dead. Evidentemente les atribuimos la autoría de los hechos.
La cara de los niños se convierte en un poema, una alegoría del susto encarnada en semblantes infantiles. El padre abandona su actitud y comprende que se ha equivocado de huerto para coger tomates, baja su prole de la moto y desaparece con ellos calle abajo en busca de la seguridad de su cercana urbanización cerrada con cámaras de vigilancia.

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Cargada la furgoneta con sus trastos de matar música nos reunimos los cinco en torno a la Sportster, mientras, el humo de unos cigarrillos va coronando la conversación.
Como “puretas” de libro recordamos los tiempos en los Salesianos, hacemos risas y alguien menciona la moto que por aquel entonces era nuestro objeto de deseo: la Virago. Y ahora, tiempo después, rodeamos a toda una Harley Davidson, pero lo más increíble es que la propia marca me la presta voluntariamente. El mundo se va a la mierda.


HD Sportster09Diversidad de opiniones con los detalles de la burra, con cada rincón de su anatomía podemos hacer un debate. Gran calidad en los metales, el motor pintado en negro con ese efecto arena que hace que las colas, junto con el filtro de admisión, esa eterna tartera, resalten más al estar bañadas en cromo. Curioso el detallito del grabado en la parte posterior del asiento: “Sportster since 1957”, todo un legado al que se hace referencia. Llantas muy especiales de cinco palos que hacen un pequeño guiño a las que montaban los coches Yankees de carreras de serie de los años 70. Otro elemento intemporal son los intermitentes, esas mandarinas que todo el mundo cambia, hasta tal punto que lo trasgresor es dejarlos. Yo personalmente los tengo tal cual en mi Nieves. Gustos y colores, ya sabéis el dicho.

Dejémonos de historias, hay ganas de fiesta y el garito que los Evangelistas y su MC regentan a modo de Club House, es el lugar ideal para que la noche nos envuelva.
Ellos salen antes con la furgoneta, tranquilamente me pongo casco y guantes, arranco la moto sin dejar de sentir pena una vez más por el sonido que pudo ser.
Nuevamente disfruto de la sensación de sortear coches, qué bien callejea esta moto, el manillar que la marca titula como del tipo “Drag-Stipe” le confiere un manejo endiablado, el motor esta lleno en cada una de las marchas, es dinámico y te puede llegar a ocurrir que no tengas claro que hierro tienes engranado. HD Sportster17El tacto del embrague no es como el de mi Nieves, no es tan fácil que te someta a la tortura infringida por los que se montaban hace diez años. Por cierto, otra vez me encuentro un modelo nuevo de Sportster con unas estriberas que sobresaliendo demasiado, obligando a torcer los pies hacia dentro para accionar los mandos, sigo sin entenderlo.
Uno de esos conductores que rara vez se fijan en lo que hacen, se salta un ceda y se queda en medio de mi carril. Como no me fío ni de mi sombra y le vengo viendo desde lejos, me anticipo a la maniobra, aún así tengo que encomendar mi destino a la frenada, una vez más se agradece la cantidad de goma montada delante. Las Michelin ayudan a unos siempre mejorables frenos, personalmente éstos neumáticos me están gustando más que los Dunlop que venía montando Harley. El tipo del coche se me queda mirando con el gesto del que encima se cree con razón sólo porque tú vas en moto; pienso cual será la manida frase que me soltará, normalmente es un “no te he visto”:
  -¿Qué pasa? ¿Tú no te saltas los cedas? – “Pasmao” me quedo, semejante estupidez nunca me la habían dicho.
No me aporta nada quedarme allí, mejor me largo.


Al poco encuentro la furgoneta de los Evangelistas parada por la policía municipal, nada nuevo, la rutina de siempre, las fuerzas del orden ven a unos “pintillas” y les dan el alto para pedir documentación, a la vista de todos, para que el resto de la ciudadanía se sienta más segura. En éste caso veo que el agente es un tipo sobre cuya cabeza alopécica se reflejan las luces de la ciudad, malo, cuatro melenudos y un poli calvo, siempre acaba de la misma manera.
Ni me planteo parar, el motor Evolution de 1200 cc y yo tenemos un ansia que nos come, queremos llegar ya.
El Club House es el hervidero que me esperaba, lleno de gente que siempre, o casi siempre, ha sido lo que han querido ser, un lugar que es una auténtica encrucijada de caminos, dónde algunos salen de la ley y en una misma noche son capaces de volver a entrar, los hay que buscan amor y los hay que sólo sudor.
Pasan las horas y a duras penas consigo permanecer anclado a la barra, la mirada se me va tras los giros de cadera que Virginia, la chica de Juan, le dedica a su evangelista particular y pienso cómo puede tener esta muchacha un nombre tan poco apropiado.
Marcos y yo entramos en una conversación de filosofía motera propia de esos momentos “enzarpados”, discutimos sobre inyección o carburación, él sostiene que con la inyección murió el verdadero espíritu Custom. Bebemos como si no hubiera mañana y respiramos rock’n’roll hasta que nadie se mantiene en pie, definitivamente a lo hecho, techo.

Las punzadas en mi cabeza llegan junto con los sentimientos de culpa, el “nunca más” y los rayos de un sol cabrón que se cuela sin permiso por las rendijas de una ventana. Han pasado muchas horas, algunos cadáveres temporales yaciendo en sofás, el resto del personal ha desaparecido; Virginia en la barra pone en marcha una cafetera de ruido asesino, esta chica es incombustible.
Vuelvo a la vida, a la posesión de unas facultades mentales que nunca tuve plenas.
Fresco como una lechuga espigada salgo del tugurio, me espera el hierro, me acoplo en él como si me lo hubieran hecho a medida, mi metro setenta es la talla ideal para una Sportster. Hay que reconocer que tener una altura considerable no es lo ideal para esta moto.
Unos cuantos kilómetros de calentamiento, surco carreteras que cortan el campo, sin tráfico, sin preocupaciones, poco a poco aumentando el ritmo; es divertida haciendo curvas, estable, pero aún sería más eficaz con unos amortiguadores traseros distintos a los clásicos que siempre monta la MoCo, éstos cumplen un tanto peor su función en curvas largas, tendidas, rápidas. Al entrar en carreteras de firme roto, bacheado, hasta con algo de grava, me gusta el conjunto rueda-suspensión, es como si una diera lo que le falta a la otra.
Tal y como comprobé en la ciudad, el motor empuja con un rango de utilización que hasta te hace perder la cuenta de la marcha que llevas engranada.
Los 17 litros del tanque de combustible me permiten pasar de los 200 kilómetros de autonomía, suficientes para hacer un descanso y seguir tragando millas.

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Aprovecho la paz mental y física de un prado para un rato de descanso, pero tengo ganas de seguir al poco tiempo, ¿porqué? Muy sencillo, porque tiene alma, algunas motos tienen alma y la de Sportster es muy especial. Evidentemente cualquiera dirá que hay mejores motos para viajar, probablemente tienen razón, pero también hay gente que dice que es mejor la coliflor que el chuletón, pues sí, pero yo soy un grasiento.
El ciclo de la vida me lleva al principio, el Rock Palace.
Tomás me espera allí, debo entregarle a la princesa y lo hago casi con el dolor de un padre llevando a su hija al altar para que se la lleven de tu lado, ahora le toca a él bailar con ella, sacarle todo el ritmo que lleva dentro, que es mucho, porque su nombre es Rock’n’Roll.

José Angel Lorenzo

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