Una historia de Kustom Kulture: Inyección vs Carburación. ¿Tú de quién eres?
Como una escisión dentro de los parámetros más ortodoxos de una religión, así, de esta manera, irrumpió la inyección en un mundo que gusta del sabor clásico, de la complicación a través de la cosas sencillas, de valorar el fin pero idolatrando el cómo.
Esta lucha, que lleva tintes de ser tan eterna como lo que dure esta contracultura, es aplicable a cualquier marca de moto Custom. (Sigue Leyendo)
No obstante, el campo de batalla dónde más cruenta es esta guerra quizás sea el que ocupan los seguidores de Harley Davidson.
Son dos posturas que parecen irreconciliables, para algunos es más un tema filosófico, esencia pura, tener claro cual es el alma de esta religión.Hace un par de años, durante mi ruta para probar la que por aquel entonces era la última Sportster, el hambre, tras varios kilómetros de cabalgada, me llevo a un establecimiento en el que tuve ocasión de tratar esta disputa. Llevaba toda la mañana rascando con las estriberas el asfalto de la sierra que separa Segovia y Madrid y un vacío en forma de agujero existencial se comía mis entrañas.
Justo a la salida de un bosque se me presentó un pueblo que prometía tener las viandas con las que desde hacía unas curvas venía soñando: platos tradicionales, embutidos, quesos y hogazas de pan… “Burger”, el letrero del garito que tenía delante de mis ojos me sacó del sueño gastronómico y me sumergió de golpe en el océano de la globalización. No tendría pinta de ser muy segoviano el menú pero decidí que hasta aquí habíamos llegado.
La moto se quedó descansando en un parking anexo a la terraza del “Burguer” y casco en mano entré, rápidamente me llevé la grata sorpresa de saber que las carnes que allí se ofrecían eran autóctonas, tal y como se indicaba en un letrerito. Permanecí unos instantes mirando el listado de hamburguesas expuesto en un gran cartelón situado en una posición elevada para perfecta lectura de la clientela.
-¿Cómo quieres la hamburguesa?- Me preguntó la camarera mientras se limpiaba las manos en un raído delantal amarilleado por eternos lavados, el rizado pelo castaño lo tenía recogido con una pequeña coleta que dejaba escapar algún mechón rebelde y sus ojos verdes me hicieron repasar mentalmente si alguna vez me había encontrado con una empleada de hostelería, de ese porte, en mis recorridos moteros por la sierra, sin duda, no.
- Poco hecha – Finalmente me decidí.
- Tu verás, pero es bastante gordita – Me cuestionó de nuevo como si fuera un desafío.
- De todas formas poco hecha, sólo me asusta la sangre que es mía – Sentencié como el fanfarrón de una mala película.
La delgada figura de la camarera desapareció por una puerta lateral en el interior de la barra, mientras, me quité mi chupa de cuero y la dejé descansar junto con el casco encima de una elevada silla, gemela a la que pretendía ocupar. Me lo había pasado bien, había hecho unos cuantos kilómetros cabalgando la versión actualizada, y en formato Súper Low, de una vieja conocida: la Harley Davidson Sportster 883.
Todavía sentía en los pies las vibraciones producidas por el roce de los avisadores de las estriberas en las curvas, tuve que compensar con el cuerpo en varias ocasiones para no inclinar tanto la moto y así evitar marcar el asfalto con metal de Milwaukee. Pasé la mañana bailando con ella a ritmo de rock de montaña y los tacones de esa nena eran muy fáciles de limar con lo negro.
Bebí de mi vaso persiguiendo las burbujas de su interior para que engañasen a mi estomago protestón que se quejaba por su vacío; el ansia se calmó al aparecer de nuevo la chica del rizado pelo castaño con mi hamburguesa. Mientras dejaba el plato en la barra sus ojos verdes observan la Sportster a través de los cristales de la puerta, la señaló con un gesto de la cabeza y me preguntó:
- ¿Esa moto es la tuya?
- Digamos que sí.
- ¿Es la 883 nueva?
- Sí, es la Low.
Me miró, arrugó la nariz y se dio la vuelta mientras yo alcanzaba a escuchar unas palabras murmuradas
- Bah, “infectada”, puta electrónica.
Se me dibujó una sonrisa socarrona al tiempo que agarraba mi redondo bocadillo de vaca segoviana como si me lo fueran a quitar, mientras lo devoraba se me venían a la cabeza imágenes proyectadas en mi cine interno: la secuencia de Pulp Fiction en la que Samuel L Jackson pide a un pobre diablo compartir refresco y hamburguesa.
Acabada mi particular sesión de cine me quedé observando a la chica vaciando un lavavajillas.
- Así que ¿eres de esas?
Con cierto gesto desafiante y mueca irónica me devolvió la pregunta
- ¿De esas? ¿qué quieres decir con “esas”?
- Con “esas” me refiero a las personas que no quieren que las Harleys parezcan motos del siglo XXI.
Me miró unos instantes, masticó mentalmente lo siguiente que me iba a decir y me lo escupió.
- ¿Te ha gustado la hamburguesa?
- Pues bastante, la verdad – Os juro fue así.
- Pues el tomate podría ser de uno de esos enormes supermercados, precioso y rojo con un increíble sabor a nada y en vez de hacerte la carne a fuego, como se debe, podría haberla metido en un avanzadísimo microondas. Eso es avance, pero no quiere decir que sea mejor. Hay cosas que están como deben y no hay que cambiarlas.
Encajé el escupitajo filosófico grasiento para seguidamente darle una explicación haciéndome un poco el enteradillo
- Conozco la 883 de carburación y la que se hace de ahora de inyección y puedo decirte que hay cosas que han mejorado.
- ¿Cómo cuales? ¿esas ruedas, llantas y deposito de moto coreana? – La burla pretendía hacerme daño, sin duda me creía partidario de la inyección, tal vez me veía como un novato que iba de listo.
- Quizás, pero, estética aparte, esas ruedas ayudan a que se agarre de una manera mas noble y ese deposito tiene más litros que el “Peanut”…-
No me dejó seguir
- ¡Estética aparte! – me imitó con burla e indignación – pero, ¿cómo se puede pretender dejar aparte la estética en una Harley? Definitivamente el mundo se volvió gilipollas y yo no me enteré –
Visiblemente molesta tomó una bayeta húmeda y comenzó a limpiar la barra – Al menos sabes que el deposito de gasolina correcto se llama “Peanut” – me soltó con un claro tono condescendiente.
Sobre la barra depositó dos vasos pequeños que comenzó a rellenar con un reposado elixir de ocho años elaborado en lo que podríamos llamar las “Highlands Segovianas”. El digestivo fue el preámbulo de una agradable conversación de dos moteros amantes de la cultura Custom, de sus hierros, su música, su arte sobre lienzo, pared o piel. Me interrogó con absoluta subjetividad sobre la nueva 883 porque ella tenía muy claros sus gustos, me dejó claro que detesta que se cambie lo que bien está. No permitía al listo de turno menospreciar a una Sportster con el estúpido argumento de que es una moto de chica, como si eso fuera malo, como si eso restara merito.
- Tal vez el acomplejado de turno vomite semejante bilis montado en su Cruiser de cromados de plástico – Imagino que delante de ella no se atrevería.
Me habló de los “Harlystas” de verdad, los que tienen una Harley por un gusto o sentimiento, no por tener una buena situación económica, reconocimos a los que tienen una Touring y aún así veneran una leyenda como la Sportster carburada y con las colas abiertas musicalizando el mundo, considerando que ese es el sonido más puro la marca americana.
Pero no nos quedamos ahí, con el recuerdo y la conversación cabalgamos sobre las Triumph Bonneville y en la más deportiva, la Thruxton, conocida por algunos como la “Truchona”. Hablamos de cómo surcar el campo con una Scramble emulando al gran Steve McQueen. Disfrutamos imaginando el sonido de los cilindros en V trasversal de las antiguas Guzzi California, discutimos sobre japonesas, me recriminó mi respeto por las Yamaha las Drag Star o Virago. Se retorcía cuando alabé a las dignísimas Vulcan de Kawasaki, las EN 500 y 750, los bombones en una época en la que tener una Harley era sólo para los que ni sabían cuánta pasta reposaba en sus cuentas. Nos deleitamos con bellezas sobre chasis rígidos que sacábamos de las galerías de nuestros móviles, éramos cómplices en nuestro gusto por las Softails y así un amplio recorrido de pura Kustom Kulture.
Dio su brazo a torcer en contadas ocasiones y por supuesto siempre enarbolando la bandera de la carburación, consideraba inadmisible la inyección en este ámbito, pura contra-natura. Tras un breve momento de pausa para saborear el whisky y lo hablado hasta ahora, salimos del bar a fumar un cigarrillo. Al instante tres moteros pasaron a bordo de sus eficaces motos tipo GT y Trail, apurando el tabaco me salió una blasfemia:
- Al menos ellos se han gastado la pasta en algo eficaz. Nuestras motos como tales son mejorables.
Me miró con gesto de sorpresa, como si no acabara de creer la bobada que acababa de decir.
- Claro que son mejorables – sentenció ella – pero para muchos ahí radica su atractivo. A cualquiera le gusta una moto perfecta y eficaz, sólo los especiales sienten atracción por los hierros – Dio la última calada al cigarrillo, lo tiró y entramos de nuevo hasta la barra, pasó por debajo de ella y acabó su alegato.
- Todo el mundo siente, cuando menos, curiosidad por lo que de alguna manera inspira temor. El peligro atrae: un novio que sabes que no te conviene, un viaje a un país inhóspito – me señaló la botella – esa dorada luminosidad que te cambia el espíritu y te falsea el ánimo, pero que en realidad te puede hacer caer en una espiral que desemboque en tirar tu vida por el retrete de cualquier tugurio. Y lo sabemos, lo tenemos presente y aún así nos seduce. Pues bien, yo creo en estas motos, en los hierros de la Cultura Custom, es mi personal acto de fe.
El tiempo había pasado inexorablemente, había consumido con placer todos los minutos de esa parada en el camino, la despedida fue corta y sin falsedades, una promesa de volver y un deseo de kilómetros.
Giré la llave de la moto y la puse en marcha con su pulsador, el sonido emitido es muy triste, apagado, lo habitual con la restrictiva normativa.
Se me agudizaron los sentidos al escuchar el golpeo unos martillos de Lucifer en su yunque, por detrás del edificio del bar su estruendo emergió como las llamas despuntan del bosque que se calcina.
Por un lateral apareció una figura femenina montando un hierro Custom con cuelgamonos, pintada en negro mate y dibujos de estilo mexicano, de su casco sobresalía una rizada melena castaña, me saludó con un movimiento de su cabeza y retorció la oreja de la cerda, mientras se aleja su maravilloso sonido se va perdiendo por los bosques de la sierra. Me sonrío y pienso que no le pregunté su nombre.
Es un buen motivo para volver por allí.
José Angel Lorenzo