HARLEY DAVIDSON SPORTSTER 72: ROCK'N'ROLL STAR
Notas de prensa de la propia marca y apreciaciones de pilotos -que no de moteros grasientos- es casi todo lo que me topo ojeando por ahí. Hace tiempo que paso de leer pruebas sobre motos custom. Me limito a un par de sitios muy dignos y dedicados en exclusiva a nuestro mundo. Incluso me interesan más los puntos de vista que se cuecen en foros y en especial la opinión de algún forero con criterio y carente de fundamentalismo agresivo, algo que existe, de verdad.
Esta vez me asomé de nuevo por los mentideros. Más de lo mismo, poco ha cambiado. Eso sí, se repetía una y otra vez “…mantiene el espíritu custom de la Whittier Boulevard, legendaria avenida de Los Ángeles y que también se conoce como «Ruta 72». De ahí le viene el nombre a la Seventy-Two…”. Más o menos, cada revista cambia el orden de alguna palabra ó añade alguna floritura para darle la apariencia de originalidad, aunque casualmente todos dicen lo mismo. Me resulta verdaderamente curioso leer cómo todos califican a la 72 como una la vuelta al estilo tradicional de los setenta. Claro, a nadie se le había ocurrido poner en una Sportster un cuelgamonos y los mandos avanzados desde la década de los pantalones campana. Los actuales gestores de la MoCo, con ayuda de sus palmeros, me recuerdan a los de Apple: son capaces de venderte lo obvio como si fuera una novedad y además encontrar la justificación para sacarte un ojo de la cara.
Lo primero. Os voy a decir algo que debes tener en cuenta: me fascinan las Sportster. Desde hace ocho años mi moto, la Nieves, es una Sportster, una 883 carburada del 2002. Algún día os contaré su historia.
He tenido oportunidades para cambiarla, hubo momentos en los que nos hemos llevado mal y otros en los que he constatado la mala fama de su suspensión y de sus frenos. Como probador he tenido la suerte de disfrutar de muchos hierros, algunos de los cuales me han parecido verdaderamente buenos. Pues no la cambio. Aunque no os confundáis, no soy militante, no me encontraréis en bandos de marcas, ni en religiones “Pro” ó “Anti” inyección u otras guerras. Me gustan las MOTOS, en general y con todos sus matices, otra cosa es que sea en las custom donde encuentro mi sitio. Esto no quita para que cuando me encuentre algo malo lo diga, sin más.
Pero a lo que vamos: la 72, ó como dicen los “entendidos”, la Seventy-Two.
Muchos plantean que la Sportster sólo es una moto de acceso a los modelos de Harley Davidson y no me extraña porque con éstos precios la pequeña “Sporty” es lo más que se pueden permitir muchos de los mortales, pero ¿y a quién le importa por qué te la compras tú?, pues sólo faltaba eso. También pienso que tiene personalidad propia y un alma roquera lo suficientemente grande como para que la compres porque esa es la que quieres. Hay personas auténticas que disfrutan de su pequeña, tal vez al mismo tiempo que por los barrios de alta sociedad se ven “malotes” de diseño con pasta montando cerdas carísimas, en cualquier caso son claramente identificables porque en el equipo de música de su Ultra suena Madona con su “Isla bonita”. Pero no voy a entrar en ese juego, cada uno sabe la moto que se compra y por qué, yo no soy nadie para juzgar. No veo por qué tu hierro debe excluirte de otros gustos, ni hacerte enemigo de nadie, ni encasillarte en nada.
Mirando a la 72 no dejo de pensar que la Sportster es la más modificable y modificada de todas las Harleys y la marca ha decidido vender sus modelos haciendo suyo el tablero de juego, ni más ni menos. El mercado paralelo de piezas mueve pasta y no se llevan un céntimo, ésta ha sido una de las maneras de combatirlo.
El modelo más conocido, el pintado en cereza con brillantina y cuelgamonos, está muy solicitado, a mi disposición ponían el negro mate con manillar Drag Bar corto. Soy muy de ir por el camino distinto y me la pedí. En la tienda no me dejaron muy claro verdaderamente cual es el modelo básico, el que se vende por el precio que va detrás de la palabra “desde”. Me dijeron que en la 72 de color cereza (Big Red Flake), tal y cómo la vemos en las fotos de la publicidad, se cobra como único extra esa pintura tan especial. Lo que nos lleva entonces a que a mí me dejaban una burra plagada de extras, curioso que a la postre sea la menos solicitada. Mi negra es más estilizada y cuando me la entregaron me avisaron de que todo el mundo se queja de que la posición, manillar bajo y piernas estiradas, destroza las lumbares. Mi callo motero me lo he forjado con la Nieves y la posición en ella es muy parecida. Juego en casa.
Los cambios que te hacen pasar por caja son el Drag Bar corto, el depósito de gasolina con tapón escamoteable, la cinta anticalórica, la tapa negra del filtro de admisión, el asiento de muelles… Vamos, te coges una Sportster 1200 la personalizas con el catálogo de piezas en una mano y la Visa en la otra y luego la llamas la 72, la 33 ó Juliana.
En cualquier caso el acabado final a mi me gusta mucho, su estilo es una línea que transcurre por el valle de mis obsesiones. Pero eso no deja de ser un gusto personal y cada uno tiene sus querencias. Y por cierto, para disfrutar solo, no monta ni estriberas de pasajero.
Una vez más lo que podía ser música para los oídos se queda en un rumor, de nuevo nos encontramos ante un motor que tiene la capacidad de emitir un hermoso sonido, pero los listos que sucesivamente nos gobiernan ven en ello el mal, desde luego hay que pensar que el sonido de las obras y las sirenas de los coches de emergencia por la noche a ellos les parece algo precioso.
Todos tenemos un monstruo interior, en los días en los tuve la 72 el mío estaba en pleno festival, no me aguantaba ni yo. Son esos momentos de moto en solitario en los que buscando la comunión con ella debes redimir los pecados. Yo lo hice con unos primeros 200 kilómetros de lluvia continua, un vía crucis acuático. Mis miserias puestas a remojo. Esta experiencia, a parte de filosofías interiores, me sirvió para evolucionar conclusiones sobre vivencias anteriores con los neumáticos Dunlop que tanto se montan en las Harleys. Toma un revólver del calibre 38, carga en el tambor una bala, gíralo y apuntándote en la sien aprieta el gatillo. Para mí ese es el comportamiento en agua de los Dunlop que se suelen montar en las custom. Pero esto no puede ser, Dunlop no puede meter la pata de esta manera sin más, yo tenía una sospecha y las flamantes y nuevas gomas de esta Sportster de diseño me resolvieron las dudas. Mientras se mantienen nuevos, su comportamiento es correcto, tanto en seco como en mojado. Para los sustos que te puedas llevar, hay que buscar más en errores de conducción, descuidos o despistes. Entonces, ¿dónde está la queja? Pues en la rapidez con la que se endurecen y empeoran su comportamiento. Una vez que tienen más de un año están más secos y duros que el alma de un criminal de guerra.
La delgada rueda delantera parte el agua con la eficacia de un cortador de pizza. Me muevo en el asiento más de lo habitual para adecuar la conducción a las condiciones, en cualquier caso siempre es poco, es una postura pura de custom, malabarismos los justos. No obstante me doy cuenta de que el asiento se comporta de una manera muy firme, tenía una buena duda sobre la dureza de los muelles con este extra del catalogo de Harley , pues bien, con mis 75 kilos, el movimiento es mínimo, es como si se tratara de un asiento de espuma muy compacta: No se hunde.
En la piña derecha se iluminan unos niveles que indican la cantidad de gasolina que se aloja en el pequeño depósito “peanut” de tan sólo 7,9 litros de capacidad. Para mí este deposito es el rey del custom, le he visto montado casi en cualquier hierro, su simbología va más allá de su belleza, soy un enamorado de él. Por otro lado no veo una gran necesidad estética de reducir los 12,5 litros que suelen montar las Sportster “normales” y dejarlo del tamaño de una cantimplora. Conclusión que las varias veces que reposté hice poco más de 100 kilómetros hasta llegar a la reserva, como mucho 120, esto convierte a esta belleza prácticamente en una Show Bike para salir de bares. Ya sé que es exagerado, pero concibo la moto para rutear y desde luego una custom me parece muy apropiada para ello. Sigo pensando que la postura puede llegar a ser algo personal, depende de como tengas hecho tu callo motero, a mí la de esta moto no me supone un suplicio, otros se quedan sin espalda, pero a lo mejor yo no puedo con las posiciones que a ellos les parecen cómodas. Sea como fuere, los hierros deben ser para rodar y rodar.
Un detalle curioso del tanque: El tapón va escamoteado, al pulsarlo se eleva y entonces se puede quitar girándolo de manera normal.
El motor de 1200 CC no es el de 96 pulgadas de las hermanas mayores, pero me parece magnifico. Lo noto un tanto descafeinado en bajos y me hace pensar que algo no va de serie, tal vez la admisión, no creo que sean las colas porque su afonía las delata. Al retorcerle la oreja y llevarle a cotas altas de revoluciones responde con soltura, la elasticidad que proporciona su gran par es una maravilla. La caja de cambios es la habitual a la que estamos acostumbrados, tosca a la vez que contundente, las marchas se engranan con un sonido que te recuerda el golpear del acero.
El dineral que cuesta una Harley Davidson deja muy lejos el espíritu de los moteros de los 60 y 70 que tanto se mencionan en todas las pruebas que he visto, a cambio, la calidad de los materiales es como siempre estupenda, no encontrarás un plástico impostor haciéndose pasar por metal cromado. Faltaría más.
Decir que la suspensión de una Sportster es mejorable es una obviedad; en cualquier caso el comportamiento de la horquilla no es tan horroroso como en mi Nieves de hace 10 años. En la suspensión trasera han encontrado la manera de evitar la facilidad con la que se hace tope, ¿poniendo unos amortiguadores traseros distintos? No. Endureciendo su tarado.
Las curvas enlazadas y que te permiten circular ágil es donde más disfruté la 72. El estrecho Drag Bar y los retrovisores, con mástiles más cortos de lo que debieran, dificultan ver al coche que se empeña en ir demasiado pegado a ti porque quiere ver mejor la moto, para algunos la distancia de seguridad se limita al morro de su coche.
Cuando en los siguientes días paso por las mismas carreteras, ya secas y con sol, pongo a trabajar los frenos, les someto a un esfuerzo continuo y compruebo que su comportamiento es correcto, sin alardes. De todas formas ten en cuenta que delante llevas una llanta delgada y la cantidad de goma en contacto con el suelo es menor de lo normal; por otra parte no llevas ABS, como en la Blackline, y por tanto hay que ser progresivo en la frenada, suave pero contundente. En cualquier caso tú y yo sabemos que si esta moto la hacemos nuestra no es para emular al Stoner, comparar su comportamiento de frenada con otro tipo de motos, lo leerás en otros rincones, allí donde el plástico de colores es adorado. Esta burra es puro diseño, muestra unas limitaciones lógicas que tienen más que ver con comportamientos que tú no buscas, pero estate seguro que es utilizable todos los días, eso sí, pasando a menudo por la gasolinera.
Rumio mis miserias bajo la lluvia mientras conduzco una Harley Davidson, si esto no tiene teatralidad no sé que lo tiene.
Ingreso en los ríos de latas que surcan la ciudad, y si hay una custom que sirve para culebrear entre los coches ésa es la Sportster: Una cerda de delgada figura que se contonea entre ellos con una eficacia que provoca:
- ¡Qué te estás empapando, capullo! – La envidia corroe a un tipo socarrón que en su furgoneta tiene que asumir que llegará tarde a su destino. Aunque él lo hará seco, seco de agua y de emoción, pero empapado en su rutina.
Navego a puerto seguro y amarro la Harley en en el umbral de un bar de marineros sin fortuna y en el que nunca hay princesas, como en un viaje en el tiempo a mi adolescencia, suena el Rock’n’Roll Star de Loquillo y Trogloditas. Chorreando lluvia, entro como si yo fuera la mismísima borrasca, al calor de una jarra fría maldigo mi suerte en un ataque de asquerosa autocompasión. El tabernero escucha mi blasfemia , mira la moto a través de los cristales y mientras pasa un paño a la barra, me fusila:
- ¿Esa es la burra que tienes ahora? – Asiento con la cabeza – Pues no sé de qué coño te quejas.
Apuro la jarra, hago inventario mental y afirmo:
- Efectivamente, no se de qué coño me quejo.
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