De A Coruña a A Coruña pasando por Bulgaria, Turquía, Georgia, Rusia y Polonia - El regreso
La sexta etapa de este fantástico viaje de nuestro amigo Enrique de Vidania escrito bajo el título de “Quique on the road” nos lleva desde Varsovia hasta el punto de partida de la aventura, Ordesa (A Coruña). (Sigue leyendo).

Cumplo mi deseo de visitar Varsovia. Desde que recuerdo he mostrado siempre interés por conocer este lugar; de ahí que siempre que tenía ocasión leía todo lo que podía sobre ella; e igualmente me he empapado embelesado de infinidad de documentales de la 2ª Guerra Mundial, ya que, fue justo en este emblemático rincón del mundo donde se originó dicho conflicto armado el 1 de septiembre de 1939.
También irrumpe en este momento en mi memoria otro guiño histórico de aquel tiempo en el que transité por Francia, donde en el viaje de vuelta del TT de la Isla de Man en 2014 aproveché la coyuntura del momento para visitar la zona de Normandía; lugar este, donde se dio un giro a la guerra, ya que, de no haber acontecido este hito histórico, probablemente en la actualidad, todos los que hoy somos europeos y conservamos nuestra propia lengua materna estaríamos hablando alemán.
Bajo hasta la recepción del hotel para preguntar por un local donde comer. La señorita me indica: —«Señor, hay una pizzería muy cerca del hotel que cocina unas pizzas deliciosas; además, si usted lo desea el restaurante se lo despacha a domicilio»—. Prefiero ir hasta allí, que así doy un pequeño paseo y respiro aire fresco que esta noche hace muy buen tiempo. Mientras dirijo mis pasos hasta la pizzería, me tropiezo por los alrededores con infinidad de personas con bufandas y banderas de Polonia por el partido de fútbol de la Eurocopa que ha disputado hoy el equipo Nacional, y está la totalidad de la ciudad eufórica con el equipo.
Una vez que entro al local, pido el menú que deseo comer: de primero un carpaccio, y de segundo una pizza. Sin lugar a dudas, esta pizza que me acabo de comer con gran sabor y ganas, es sin lugar a dudas la pizza más sabrosa que me haya comido en mucho tiempo, quizás la podría igualar a una que comí en New York hace unos años.

Cena en Varsovia
Transcurren las horas, y un nuevo día ha germinado como si naciera de la nada. Me aseo, me visto, y de seguido, bajo hasta recepción donde voy con la única intención de preguntarle a la señorita que tan amablemente me ha atendido anoche que me puede señalar donde se asienta la zona centro de la ciudad. A lo que ella una vez más, muy cordial me responde: —«Cinco Km desde aquí»—. Salgo a la calle. Ya en las afueras del local, camino y bordeo el río, donde enfrente del mismo puedo contemplar el majestuoso estadio de fútbol del que anoche los hinchas locales salieron entusiasmados por su equipo.

Estadio de Polonia
Llevo caminando un buen rato, yo diría, aproximadamente una hora. En este mismo momento me decido a detener a un taxista a quién le solicito —«Por favor, me puede llevar hasta el centro de la ciudad»—. Unos minutos más adelante se detiene, mientras a su vez me indica: —«Señor. Hemos llegado a su destino»—. Me cobra el importe de la carrera, y acto seguido, yo desciendo del vehículo y el taxista se marcha. En este preciso instante me doy cuenta que me acaba de dejar en el centro financiero, y no el histórico que es hacia donde yo quería dirigirme.
De igual modo, aprovecho para visitar el palacio de la cultura y la ciencia. Un edificio de 237 metros de altura, y donde se ubicaba la sede del partido comunista; también donde los políticos soviéticos gobernaban el país en la época del telón de acero, siendo construido por la URSS en modo de obsequio al pueblo polaco, y al que en sus orígenes lo llamaban «Palacio de Lósif Stalin». En esta ocasión, y en contradicción a mi propia negativa por acceder pagando a este tipo de recintos, abono la entrada por un tiempo aproximado de 40 minutos de visita, por el que se recorren las diferentes salas y salones en donde se reunían los políticos de la época.
Peregrino por las instalaciones hasta subir al piso 30 donde la visita concluye con unas vistas espectaculares de la ciudad. —«¡Genial! Desde aquí puedo identificar el casco histórico y cómo llegar hasta él»—, pienso.

Una de las salas del palacio de Cultura y Ciencia

Vista aérea de Varsovia
Me voy del edificio entusiasmado por lo que he podido contemplar en su interior, y satisfecho por el importe que abone para tal efecto. Continúo a pie para alcanzar el casco histórico cuando por el camino veo la tumba del «Soldado Caído». Son muchas las referencias que existen de la Segunda Guerra Mundial; en aquel tiempo, cuando los nazis destruyeron sin dejar ningún rastro estructural de la ciudad.

Tumba del soldado caído
He llegado a la calle principal por donde se encuentra situada el palacio del presidente, y donde también observo multitud de turistas y curiosos por la zona, obviamente, me puedo considerar uno de los tantos turistas que por aquí se desplazan de un lado a otro. Recorro la calle por completo hasta llegar a la Plaza del Castillo, me recuerda a los pueblos de Alemania y/o Austria. Aquí detengo mi marcha, y paso al interior de un restaurante típico donde como los típicos Pierogi, y el cual me recomendó Pili, a través de una compañera suya polaca.

Varsovia

Pierogi
Finalmente cae la tarde, y regreso al hotel porque quiero ver el partido de fútbol de España que se estrena en la Eurocopa enfrentándose a la República Checa. Posteriormente, iré a dar con Josiño con quien he quedado para vernos una vez que finalice el encuentro.
El partido acaba 1- 0 a favor de España, y como tenía previsto, obviamente un tanto más contento por la victoria del equipo nacional, me encuentro con Josiño. Mi amigo me lleva a una zona de moda situada cerca del hotel a la orilla del río Vístula. En este lugar hay montado un espacio del tipo chill out muy confortable. Una vez que nos acomodamos, pedimos unas Kielbasa, que no son más, que las tradicionales salchichas locales. De este modo, comiendo, bebiendo y contándonos nuestras vidas, pasamos una velada estupenda y agradable con la que doy por concluida la jornada.

Varsovia
Amanece un nuevo día, justo cuando son las 8:00 parto de la capital polaca en dirección a Auschwitz. Antes me dirijo un momento al taller ‘Monster Bike Salon Serwis Kawasaki Ducati’ que me recomendó mi amigo Clidanor Cano para cambiar el aceite, y el filtro de la Ducati que llevo sin efectuar el cambio de aceite desde los 10.000 Km. Aunque estoy convencido que puede durar hasta llegar hasta casa en España, pero por el contrario, prefiero ser precavido y no arriesgar innecesariamente por tan sólo 80 euros, y unos minutos que me cuesta hacer el mantenimiento de la moto.

Taller en Varsovia
Tal como ya hice en Bulgaria, mantuve contacto con anterioridad con el taller vía e-mail. Efectivamente, allí respetan mi cita, y me están esperando. Tardan una hora escasa en hacer el cambio del aceite, y del filtro. Abono los 80 euros. Ahora sí, con la moto puesta a punto me dirijo a buscar la carretera E75 que me tiene que conducir hasta Oświęcim; lugar que hace acordar a los homicidios y los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad me muestro dubitativo en cuanto a dirigirme también a Cracovia. No sólo me han recomendado que visite la ciudad, sino que de igual manera por las fotos que he podido descubrir por Internet tengo la impresión de que se trata de un lugar que me resulta bastante interesante para visitar. Sin embargo, es tal el cansancio que tengo acumulado en el cuerpo que de ir no disfrutaría del lugar como se merece. Finalmente decido dejarlo para otra ocasión.
Después de una mañana algo monótona de desgaste y de recorrer 315km llego al Campo de Concentración a las 14:00.
Una vez que alcanzo Auschwitz, penetro al parking del campo de concentración en el que se encuentran también estacionados innumerables autobuses, y por donde transitan turistas que van del parking a las instalaciones. Detengo la Ducati justo al lado de dos BMW que portan matrículas italianas, cuando de repente, un pensamiento conmovedor me asalta—«Que contradictoria es la vida. En este espacio en el que se asesinaron a millones de personas, en la actualidad circulan otros tantos millones, pero de visita turística, como si lo que aquí sucedió, fuera un estreno de taquilla»—.
En la entrada del recinto, el taquillero me hace saber que la entrada no tiene costes a menos que requiera los servicios de un guía, quien entonces tendría un coste aproximado de 10 euros. No tengo ni la más mínima intención por pagar para que alguien me indique lo que sucedió aquí que ya me resulta evidente; y tampoco tengo mucho interés en conocer qué cierto tipo de detalles, pues estoy convencido que sólo pueden herirme. Simplemente si me encamino hasta este emplazamiento es porque forma parte de la historia reciente de la humanidad, de lo contrario, ni me lo plantearía. Una vez que opto por no requerir los servicios del guía, ahora me indican que dado este caso las visitas son exclusivamente a partir de las 15:00. Así que aprovecho para almorzar, en un puesto de hot dogs, si no fuera porque lo pagué casi a precio de oro, lo hubiera tirado al primero bocata. No recuerdo un perrito caliente más malo en mi vida.
Hago un poco más de tiempo. Ahora sí, me dirijo a la entrada, y cuando veo una cola de gente sobre todo orientales compruebo en mi reloj que son las 15:00. Voy hasta la fila, y me situó detrás, hasta que me corresponda mi turno. Eso sí, con picardía intento al mismo tiempo colarme algunas posiciones de la cola, y obviamente, lo consigo. A todo esto, he de sumarle que una vez alcanzo mi objetivo, me informan justo a la entrada: —«Señor, no se puede acceder al recinto con ningún tipo de bolso»—. A continuación, descubro que por un euro en el vestíbulo de las instalaciones se hacen cargo de las pertenencias. Una vez que acepto y pago el euro, he de pasar un arco de seguridad. Hecho que me produce perplejidad y un sentimiento de contradicción; no me caza en absoluto un arco de seguridad en un campo de concentración. Paso este set de seguridad, y finalmente me encuentro en el interior del recinto. Ahora me encamino hasta la entrada donde se asienta la frase «Arbeit Macht Frei» que traducido reseña: ‘El trabajo libera’. Entonces, prosigo mi recorrido y comienzo a colarme en los diferentes barrancones aquí apostados desde tiempos remotos. Primero, entro a un barracón en el que se puede apreciar donde dormían las personas confinadas en este espacio, los baños, y también la ropa que les ponían por aquel entonces a los judíos. Del mismo modo, veo otros barracones desde donde eran «juzgados», e incluso recalo en un habitáculo en que se encuentran expuestas las fotos del conjunto de personas indistintamente de mujeres, hombres y niños, quienes fueron confinadas y asesinadas en el campo de concentración hasta el año 1.943 —«¡Basta! ¡Me voy de aquí, que ya he visto suficientes atrocidades!»—, pienso con una fuerte pena y unas ganas extremas de salir de este lugar donde nada tiene sentido, ni razón de ser. Mis pasos son apresurados, y el cielo que no para de llover intensamente parece que intuye mi dolor.

Auschwitz
Martes, 14 de junio de 2016, el reloj con su armonioso compás indica que son las 17:00. En este preciso instante, ¡doy por concluido mi viaje! Ahora, ya es tiempo sólo para regresar a casa. Miro el GPS, y este señala que, para alcanzar San Sebastián, al que quiero dirigirme he de recorrer 2.400 Kilómetros de distancia. Debido al trayecto que debo de efectuar para regresar, y dado que he quedado el viernes a las 20:00 en la capital guipuzcoana opto por hacer el camino de regreso por Alemania, así que me desvío por la E40 que cruza el suroeste de Polonia hasta el país germano. A causa de la hora que ya es, y de la misma lluvia que no se detiene, hago tan sólo unos 300 kilómetros, puesto que, a 100 kilómetros para alcanzar la frontera con Alemania, me detengo a dormir en el primer local que sale a mi paso.
A decir verdad, la presencia del hotel es muy atractiva. La señorita responsable de la recepción del mismo y tal como me viene sucediendo a lo largo de esta aventura en moto, se queda con cara de asombro e incrédula al verme llegar con el traje de agua encima del traje de la moto, el casco, los guantes….. Le pregunto: —«Buenas noches, ¿tiene habitación libre?»—. A lo que la señorita, aun sin salir de su estado de perplejidad me responde: —«Sí, tengo habitación por 59 euros la noche»—. —«¡Guau, ¡qué cara!… Sí, acepto el coste»— musito para mí, sin pretender darle más vueltas al precio. —«En vez de encontrar el alojamiento más caro a la ida, me topo con él a la vuelta. Sin duda, el más elevado de todos los hoteles cuantos he pisado en estos veinte días. Sin embargo, como ya me voy para casa me lo voy a tomar como un capricho»—.
Cojo las llaves y subo a la habitación. Una vez en su interior, coloco los utensilios de primera necesidad, y me doy un buen baño. Seguidamente me bajo a cenar al restaurante que dispone el hotel, quien cuenta con una terraza bastante amplia, y elegante. El precio es desorbitado; por el contrario, la carta de menú está en inglés. Ahora sí que puedo decidir el menú sabiendo lo que pido. —«Por favor, de primero una ensalada de frutos secos, de segundo, un codillo de carne asado, y de postre pastel de manzana, todo ello regado con una buena birra bien fría»- Después de este festín gastronómico, me ausento hasta la habitación para dejarme conquistar por el sueño.
Igual que un bólido veloz ha transcurrido la noche, tanto que el despertador suena, y me levanto de un tirón de la cama. Esta será una larga jornada, así que, no quiero perder ni un segundo de tiempo. En este momento son las 09:30 estoy en ruta. Nuevamente hoy la lluvia se convierte en mi fiel compañera, mientras que en menos de una hora ya me sitúo entrando en Alemania. Atravieso Alemania y justo por la zona donde se haya ubicado el mítico circuito de Hockenheim me fijo que el GPS se ha vuelto majara casi como al principio de la aventura. Decido parar en la siguiente área de servicio para situarme donde estoy y a donde quiero ir, a su vez detecto que llevo un error de 50km, saco el móvil con el google maps y el mapa de carretera, una vez que lo tengo claro prosigo la marcha.
Alemania, tanto como Francia, son países de elevados costes que siempre prefiero rebasarlos a la mayor celeridad posible evitando de este modo contratiempos, y gastos elevados. Finaliza el día y me detengo ahora en un pueblo llamado Neckarsulm. Acumulo 700 kilómetros de vuelta los cuales se ajustan a la distancia programada para cumplimentar en este día. —«Ya que voy con la Ducati tirando de la reserva de la gasolina, dejaré para mañana echarle gasolina»—, me dije a mi mismo.

Neckarsulm
De la misma manera que ha venido aconteciendo durante toda la jornada de hoy, la lluvia persiste, y yo me dirijo en la dirección que indica el cartel de del centro de la ciudad. Una vez en el lugar, veo inmediatamente un restaurante/hotel. Aquí también disponen de alojamiento, eso sí, mucho más asequible que el anterior, y además de un parking para la moto en la parte trasera de sus instalaciones. Eso sí, es una faena que tenga que subir caminando hasta la última planta por no contar con un ascensor.
También ahora, e igual a como hiciera ayer a estas horas aproximadamente cojo las llaves y subo a la habitación. Una vez en su interior me doy un buen baño, y en vez de ir directamente a cenar aprovecho la hora que es para ir a dar un breve paseo por el pueblo. Obviamente a estas horas del día ya los establecimientos comerciales tienen bajadas las puertas, por lo que opto por sentarme en una terraza de un bar a tomarme una cerveza tal como me gusta, bien fría, además de hacer un break, para escribir este diario de mi aventura en moto de un modo más relajado.
Una vez que acabo de consumir la cerveza abono el importe de la misma, recojo mis anotaciones, y conduzco mis pasos hasta el restaurante del hotel en donde voy a cenar. Como viene resultando un hecho habitual en el transcurso del viaje, y en mis horas de comida en las que me hallo sólo en el restaurante, hoy, no iba a ser una excepción. Ceno con tranquilidad, sin comentarios ni tonos altos que rayen la insalubridad, y posteriormente subo a la habitación que me destinó la recepción. —«Estoy agotado, agotado, me voy para la cama del tirón, que no tengo ni la más mínima fortaleza física y tampoco mental para subir o bajar las inacabables escaleras para ir a dar un paseo»—
Cuando ya son las 08:00 estoy en el restaurante desayunando un café con leche y unas tostadas con mermelada. Finalizo el tiempo de desayuno y ahora bajo las maletas de la moto para el ritual de cada día colocarlas en el sitio que les corresponde de la moto. Dado al buen trato que he recibido, y aprovechando que el propietario del hotel está en los alrededores de la recepción, me acerco, y muy amablemente me despido de él. Con la satisfacción en el cuerpo y la alegría en la cara me dirijo ahora a una gasolinera próxima o así me lo hace saber el GPS para repostar combustible tal como dejé anoche para efectuarlo hoy.
En esta ocasión el GPS funciona correctamente. Cargo por completo de gasolina la Ducati, y una vez que efectúo el importe me reincorporo a la carretera. Enseguida me incorporo a la A6. La jornada de hoy transcurre sin pena ni gloria. No hay un hecho para destacar en lo que llevo recorrido por esta autopista alemana. Son justo ahora las 12:30, cuando estoy entrando en Francia. Aquí también van transcurriendo los kilómetros; ‘uno, dos, veinte, cincuenta kilómetros…’ la monotonía, la lluvia y la tranquilidad del lugar hace que se me haga un tanto aburrido el trayecto. —«Por hoy está bien de tanto aburrimiento. Voy a buscar un hotel donde pasar la noche, y mañana será otro día»—, digo algo contrariado. Claro está, que de mis intenciones de parar ya, hasta el punto en que encuentro un hotel, tardo un buen rato; lo que se traduce en un par de kilómetros más de pesadez de carretera. Es al borde de la A71 cerca de Montmarault cuando encuentro un hotel. Igual que como se pueden ver en las películas americanas, llegas con el vehículo, y estacionas en el aparcamiento, justo delante de la puerta de la habitación que te asignan. En realidad, parece que se trata de un hotel de nueva construcción, sin muchos huéspedes a la vista a razón de los vehículos que compruebo que están estacionados. Disponen de habitación libre 60 euros la noche. No le doy más vueltas al asunto, y acepto. Total, como esta es la última noche que paso la noche en un hotel de carretera, y la noche que viene a continuación, pernoctaré gratis ya en tierra española, más concretamente en San Sebastián.
Me alcanzo con la moto desde la recepción hasta la puerta de la habitación, —«Es Fantástico este sistema de aparcamientos. Si tienes que ir cargado de bolsos, y maletas»—, y aquí, fiel a la rutina del transcurso del viaje ante cada parada de descanso nocturno vacío las maletas de la Ducati, y también me aprovecho de la coyuntura del lugar para efectuar una limpieza exhaustiva del kit de transmisión. De poco ha merecido la pena sobre la limpieza del kit con la tromba de agua que ha caído durante la noche.

Hotel en Francia
Voy a cenar, para posteriormente recogerme en el hotel. Una vez que ya estoy dentro del restaurante se desmorona todo el pensamiento que había creado en base a lo que me iba a encontrar en este lugar. —«Yo que esperaba el típico, y cutre hotel de carretera, aquí sólo veo parejas elegantemente vestidas, y un restaurante totalmente lujoso»—. La carta sólo está disponible en francés y el camarero solo habla francés. En este momento, el metre que parece estar observando toda la situación desde la otra punta del restaurante, se acerca hasta la mesa, y me comenta en inglés: —«El menú…. consta de…. »—, le respondo. —«Por favor, sorpréndeme, sírvame la especialidad de la casa. Gracias»—.
Ni tan siquiera ha transcurrido quince minutos, cuando se acerca hasta mi mesa el camarero con el primer plato del menú. A decir verdad, no tengo ni la menor idea de qué consta, lo que sí puedo afirmar es que está riquísimo. Una vez que lo finalizo me sirve el segundo plato del menú que consta de un solomillo con champiñones. En el transcurso de la cena, en vez de pedir ninguna botella de vino francés, mundialmente reconocido por el mundo, y que a mí dada la experiencia que viví en una ocasión con mi amigo Gerard en Biarritz cuando después de un extenso día en moto, fuimos a cenar y pedimos una botella, la cual, además de ser tan cara como un lingote de oro, no fue de nuestro agrado, y no sería esta la ocasión en la que volvería a pecar de novato. Por tanto, dentro de estas circunstancias, me pido una de mis bebidas favoritas: cerveza.

Cena en Francia
Pago la cena, y de inmediato me recojo en la habitación para acostarme en la cama hasta el amanecer, ya que, este será el día de mi retorno a España, y donde además, he quedado al lado del Hotel María Cristina de San Sebastián con mi amigo Agustín a las 20:00, Su madre quien dispone una casa en esta ubicación, y él como un excelente amigo, me la prestara para pernoctar.
A pesar que tan sólo me restan 658 kilómetros para llegar a Donosti, opto por echarme a la carretera a las 09:00. Una vez más, y de la misma manera que viene siendo habitual en estos últimos kilómetros de trayecto, las nubes no dejan traspasar la luz del sol, y la lluvia es la única autorizada para colarse en el cielo, y por consiguiente casi colarse en mí. Igual que en la ruta de ida, donde bastantes tramos de autopista se encontraban en obras llevándome por carreteras nacionales y/o por autopistas de un solo carril, este hecho ralentiza mi ritmo, y por ende sufra retrasos. Tanto es así, que a falta de 2 o 3 kilómetros para alcanzar España, avistó una caravana de coches detenidos, lo que conlleva que al estar en obras la vía, tengo todos los huecos de escape obstruidos. Detengo la Ducati, desciendo de la moto a esperar, y entre tanto, hablo con el conductor portugués del camión que se sitúa más a mi derecha. —«La retención es por la huelga de los franceses»—, me hace conocedor de las circunstancias que motivan estas extensas retenciones.
—«¡Una hora!»—, exclamo al ver el tiempo total que han tardado en quitar el tapón humano que obstruía el paso para entrar a España. Me queda la pena de no haber podido detenerme como tenía pensado a la altura del cartel que indica la entrada al país debido al tráfico tan denso «mi gozo en un pozo» —«Es imposible detenerse aquí»—.
No para de llover. En este preciso momento cuando son las 19:15 alcanzo San Sebastián. Me pongo en comunicación vía telefónica con mi amigo Agustín que viene acompañado de su mujer para recibirme, y abrirme la casa de su madre. Una vez que estoy alojado y tumbado en la cama para descansar un rato me llama mi amigo Antxon que no puede acompañarnos a la cena, pero si a tomar un txkcoli viene a recogerme en 5 minutos.

San Sebastián
Igual que hizo en Irún cuando me despidió en mi inicio de aventura, hoy regresa para darme la bienvenida, y a mí me alegra mucho que así sea.
Después de darnos un fuerte abrazo, nos situamos en la barra, y pedimos un txakoli, y un pintxo, haciendo tiempo también hasta que se reúna con nosotros Agustín para irnos al casco viejo de San Sebastián a cenar en la mesa para tres personas que habían reservado para las 22:30 pm. Al rato Agustín y yo nos quedamos solos, no sin antes comer un pintxo en compañía de Mikel que sería el tercero en la cena.

Antxón, Agustín y servidor
Una vez que nos hemos comido el aperitivo, nos vamos de camino al restaurante donde nos vamos a poner las botas de excelente comida. De primero, atún, de segundo un buen chuletón que para eso estamos en San Sebastián, y luego, la guinda del pastel con el postre casero.

Mikel, servidor y Agustín

Cena en San Sebastián
La noche se consume, y con ella también las fuerzas se agotan a la par, más que necesito reponer algo de fuerzas y energía, puesto que mañana quiero ponerme en marcha muy pronto y además, en Ribadeo me esperan los ‘Ducatistas Gallegos’ para almorzar, y a mis amigos les espera la jornada laboral.
A las 09:00, suena el despertador, y la morriña que me azota el cuerpo se evapora de un golpetazo. Es tan grande el deseo que tengo por llegar a la meta final de esta aventura que me subo ágil a la ducati y cojo la autopista A8 que me conduce directo hasta Galicia. También hoy, tal como viene sucediendo desde que partí de Auschwitz, la climatología adversa sigue acompañándome.
A la altura de Santander, un vehículo de marca Audi A3 de color blanco me adelanta, y luego aminora el ritmo para esperarme. De pronto, acelera y aminora la marcha, acelera y aminora la marcha, de este modo un par de veces. —«¿Qué haces, estás majara?»—, murmullo intentando averiguar qué quiere hacer este conductor un tanto chiflado. Continúo la marcha, y el conductor del Audi A3 también sigue en sus trece de frenar y acelerar, hasta que…: —«¡Roberto!»—. Es el amigo un amigo de Melide, y además ducatista que viene de Bilbao, y que igualmente va en dirección a tierras gallegas.
Ya tiene constancia que lo he descubierto, y unos kilómetros más hacia adelante nos detenemos en una gasolinera donde nos intercambiamos un abrazo. El hecho de encontrármelo justo en esta distancia, me hace una tremenda ilusión.
Continúo la ruta hasta que sobre las 14:00, entro en Galicia, y… sorpresa, ¡ahora ya ha dejado de llover! —«¡No puede ser realidad!», «esta es sin duda la primera vez que compruebo que llueve en todo el norte de España, y por el contrario en Galicia, hace un sol que raja las piedras»—.
He quedado con los miembros del ‘Club Ducatista de Galicia’ que ha organizado Toni, a quien desde este memorándum de viaje quiero hacerte receptor de mi más profundo, y sincero agradecimiento, ya que, ha sido la persona que durante el transcurso de este viaje en la Ducati se ha encargado de subir y de compartir las pequeñas crónicas, también las fotos del día a día, y que sin tu mano tendida llevar a las redes sociales las crónicas, no hubiera sido tan motivador amigo, gracias para siempre.
En el restaurante A cofradía de Rinlo me esperan: Toni, Noé, Pepe, José, José Manuel y Diego con un buen plato de arroz con bogavante. El almuerzo ha sido épico, la verdad que lo he pasado en grande contando anécdotas, y como fue la preparación del viaje de algunos de ellos quienes van a la ‘World Ducati Week’ el primer fin de semana de Julio.

Noé, Pepe, José, José Manuel, Diego, Toni y servidor

Las Ducatis gallegas
Justo antes de regresar a casa nos desplazamos a una terraza en Foz, al borde del mar, y una vez ya estamos aquí totalmente relajados recibo un mensaje por Facebook de un chico llamado Josiño quien me dice: —«¿Hola Quique. Sobre qué hora tienes pensado llegar a Ordes? Nos gustaría acompañarte a la entrada»–. No articulo palabra y tampoco fluye el pensamiento de la emoción y del orgullo que siento ante el afecto que recibo de la gente.
Más o menos sobre las 17:00 , el grupo de amigos damos por finalizada la jornada, y volvemos para casa. —«¡Tan sólo me faltan 141 km, para llegar!»— Medito eufórico y totalmente entusiasmado.
Toni y Pepe me acompañan durante todo que resta escoltándome. Al llegar a la zona de Curtis, a tan sólo 20 kilómetros de casa, compruebo que se sitúan por detrás de las dos Ducatis, una Suzuki GSXF, y una Yamaha Fazer. Me siento la persona más feliz por la gesta que voy a concluir, y por la experiencia tan magnífica que desde este preciso instante podré contar a mi descendiente, la familia, y los amigos; la cual jamás en mi existencia, mientras habite en este mundo la olvidaré.
A las 19:00 entro completamente emocionado, y con los vellos de punta por la calle de casa. De pie sobre los estribos de la Ducati, y con los brazos en alto en señal de victoria. La cabeza junto con mis pensamientos fluyen en el interior del casco.

LLegada a casa
¡Reto conseguido, Quique on the Road!
Fotos de la sexta etapa:
Cumplo mi deseo de visitar Varsovia. Desde que recuerdo he mostrado siempre interés por conocer este lugar; de ahí que siempre que tenía ocasión leía todo lo que podía sobre ella; e igualmente me he empapado embelesado de infinidad de documentales de la 2ª Guerra Mundial, ya que, fue justo en este emblemático rincón del mundo donde se originó dicho conflicto armado el 1 de septiembre de 1939.
También irrumpe en este momento en mi memoria otro guiño histórico de aquel tiempo en el que transité por Francia, donde en el viaje de vuelta del TT de la Isla de Man en 2014 aproveché la coyuntura del momento para visitar la zona de Normandía; lugar este, donde se dio un giro a la guerra, ya que, de no haber acontecido este hito histórico, probablemente en la actualidad, todos los que hoy somos europeos y conservamos nuestra propia lengua materna estaríamos hablando alemán.
Bajo hasta la recepción del hotel para preguntar por un local donde comer. La señorita me indica: —«Señor, hay una pizzería muy cerca del hotel que cocina unas pizzas deliciosas; además, si usted lo desea el restaurante se lo despacha a domicilio»—. Prefiero ir hasta allí, que así doy un pequeño paseo y respiro aire fresco que esta noche hace muy buen tiempo. Mientras dirijo mis pasos hasta la pizzería, me tropiezo por los alrededores con infinidad de personas con bufandas y banderas de Polonia por el partido de fútbol de la Eurocopa que ha disputado hoy el equipo Nacional, y está la totalidad de la ciudad eufórica con el equipo.
Una vez que entro al local, pido el menú que deseo comer: de primero un carpaccio, y de segundo una pizza. Sin lugar a dudas, esta pizza que me acabo de comer con gran sabor y ganas, es sin lugar a dudas la pizza más sabrosa que me haya comido en mucho tiempo, quizás la podría igualar a una que comí en New York hace unos años.

Cena en Varsovia
Transcurren las horas, y un nuevo día ha germinado como si naciera de la nada. Me aseo, me visto, y de seguido, bajo hasta recepción donde voy con la única intención de preguntarle a la señorita que tan amablemente me ha atendido anoche que me puede señalar donde se asienta la zona centro de la ciudad. A lo que ella una vez más, muy cordial me responde: —«Cinco Km desde aquí»—. Salgo a la calle. Ya en las afueras del local, camino y bordeo el río, donde enfrente del mismo puedo contemplar el majestuoso estadio de fútbol del que anoche los hinchas locales salieron entusiasmados por su equipo.

Estadio de Polonia
Llevo caminando un buen rato, yo diría, aproximadamente una hora. En este mismo momento me decido a detener a un taxista a quién le solicito —«Por favor, me puede llevar hasta el centro de la ciudad»—. Unos minutos más adelante se detiene, mientras a su vez me indica: —«Señor. Hemos llegado a su destino»—. Me cobra el importe de la carrera, y acto seguido, yo desciendo del vehículo y el taxista se marcha. En este preciso instante me doy cuenta que me acaba de dejar en el centro financiero, y no el histórico que es hacia donde yo quería dirigirme.

Peregrino por las instalaciones hasta subir al piso 30 donde la visita concluye con unas vistas espectaculares de la ciudad. —«¡Genial! Desde aquí puedo identificar el casco histórico y cómo llegar hasta él»—, pienso.

Una de las salas del palacio de Cultura y Ciencia

Vista aérea de Varsovia
Me voy del edificio entusiasmado por lo que he podido contemplar en su interior, y satisfecho por el importe que abone para tal efecto. Continúo a pie para alcanzar el casco histórico cuando por el camino veo la tumba del «Soldado Caído». Son muchas las referencias que existen de la Segunda Guerra Mundial; en aquel tiempo, cuando los nazis destruyeron sin dejar ningún rastro estructural de la ciudad.

Tumba del soldado caído
He llegado a la calle principal por donde se encuentra situada el palacio del presidente, y donde también observo multitud de turistas y curiosos por la zona, obviamente, me puedo considerar uno de los tantos turistas que por aquí se desplazan de un lado a otro. Recorro la calle por completo hasta llegar a la Plaza del Castillo, me recuerda a los pueblos de Alemania y/o Austria. Aquí detengo mi marcha, y paso al interior de un restaurante típico donde como los típicos Pierogi, y el cual me recomendó Pili, a través de una compañera suya polaca.

Varsovia

Pierogi
Finalmente cae la tarde, y regreso al hotel porque quiero ver el partido de fútbol de España que se estrena en la Eurocopa enfrentándose a la República Checa. Posteriormente, iré a dar con Josiño con quien he quedado para vernos una vez que finalice el encuentro.
El partido acaba 1- 0 a favor de España, y como tenía previsto, obviamente un tanto más contento por la victoria del equipo nacional, me encuentro con Josiño. Mi amigo me lleva a una zona de moda situada cerca del hotel a la orilla del río Vístula. En este lugar hay montado un espacio del tipo chill out muy confortable. Una vez que nos acomodamos, pedimos unas Kielbasa, que no son más, que las tradicionales salchichas locales. De este modo, comiendo, bebiendo y contándonos nuestras vidas, pasamos una velada estupenda y agradable con la que doy por concluida la jornada.

Varsovia
Amanece un nuevo día, justo cuando son las 8:00 parto de la capital polaca en dirección a Auschwitz. Antes me dirijo un momento al taller ‘Monster Bike Salon Serwis Kawasaki Ducati’ que me recomendó mi amigo Clidanor Cano para cambiar el aceite, y el filtro de la Ducati que llevo sin efectuar el cambio de aceite desde los 10.000 Km. Aunque estoy convencido que puede durar hasta llegar hasta casa en España, pero por el contrario, prefiero ser precavido y no arriesgar innecesariamente por tan sólo 80 euros, y unos minutos que me cuesta hacer el mantenimiento de la moto.

Taller en Varsovia
Tal como ya hice en Bulgaria, mantuve contacto con anterioridad con el taller vía e-mail. Efectivamente, allí respetan mi cita, y me están esperando. Tardan una hora escasa en hacer el cambio del aceite, y del filtro. Abono los 80 euros. Ahora sí, con la moto puesta a punto me dirijo a buscar la carretera E75 que me tiene que conducir hasta Oświęcim; lugar que hace acordar a los homicidios y los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad me muestro dubitativo en cuanto a dirigirme también a Cracovia. No sólo me han recomendado que visite la ciudad, sino que de igual manera por las fotos que he podido descubrir por Internet tengo la impresión de que se trata de un lugar que me resulta bastante interesante para visitar. Sin embargo, es tal el cansancio que tengo acumulado en el cuerpo que de ir no disfrutaría del lugar como se merece. Finalmente decido dejarlo para otra ocasión.

Una vez que alcanzo Auschwitz, penetro al parking del campo de concentración en el que se encuentran también estacionados innumerables autobuses, y por donde transitan turistas que van del parking a las instalaciones. Detengo la Ducati justo al lado de dos BMW que portan matrículas italianas, cuando de repente, un pensamiento conmovedor me asalta—«Que contradictoria es la vida. En este espacio en el que se asesinaron a millones de personas, en la actualidad circulan otros tantos millones, pero de visita turística, como si lo que aquí sucedió, fuera un estreno de taquilla»—.
En la entrada del recinto, el taquillero me hace saber que la entrada no tiene costes a menos que requiera los servicios de un guía, quien entonces tendría un coste aproximado de 10 euros. No tengo ni la más mínima intención por pagar para que alguien me indique lo que sucedió aquí que ya me resulta evidente; y tampoco tengo mucho interés en conocer qué cierto tipo de detalles, pues estoy convencido que sólo pueden herirme. Simplemente si me encamino hasta este emplazamiento es porque forma parte de la historia reciente de la humanidad, de lo contrario, ni me lo plantearía. Una vez que opto por no requerir los servicios del guía, ahora me indican que dado este caso las visitas son exclusivamente a partir de las 15:00. Así que aprovecho para almorzar, en un puesto de hot dogs, si no fuera porque lo pagué casi a precio de oro, lo hubiera tirado al primero bocata. No recuerdo un perrito caliente más malo en mi vida.
Hago un poco más de tiempo. Ahora sí, me dirijo a la entrada, y cuando veo una cola de gente sobre todo orientales compruebo en mi reloj que son las 15:00. Voy hasta la fila, y me situó detrás, hasta que me corresponda mi turno. Eso sí, con picardía intento al mismo tiempo colarme algunas posiciones de la cola, y obviamente, lo consigo. A todo esto, he de sumarle que una vez alcanzo mi objetivo, me informan justo a la entrada: —«Señor, no se puede acceder al recinto con ningún tipo de bolso»—. A continuación, descubro que por un euro en el vestíbulo de las instalaciones se hacen cargo de las pertenencias. Una vez que acepto y pago el euro, he de pasar un arco de seguridad. Hecho que me produce perplejidad y un sentimiento de contradicción; no me caza en absoluto un arco de seguridad en un campo de concentración. Paso este set de seguridad, y finalmente me encuentro en el interior del recinto. Ahora me encamino hasta la entrada donde se asienta la frase «Arbeit Macht Frei» que traducido reseña: ‘El trabajo libera’. Entonces, prosigo mi recorrido y comienzo a colarme en los diferentes barrancones aquí apostados desde tiempos remotos. Primero, entro a un barracón en el que se puede apreciar donde dormían las personas confinadas en este espacio, los baños, y también la ropa que les ponían por aquel entonces a los judíos. Del mismo modo, veo otros barracones desde donde eran «juzgados», e incluso recalo en un habitáculo en que se encuentran expuestas las fotos del conjunto de personas indistintamente de mujeres, hombres y niños, quienes fueron confinadas y asesinadas en el campo de concentración hasta el año 1.943 —«¡Basta! ¡Me voy de aquí, que ya he visto suficientes atrocidades!»—, pienso con una fuerte pena y unas ganas extremas de salir de este lugar donde nada tiene sentido, ni razón de ser. Mis pasos son apresurados, y el cielo que no para de llover intensamente parece que intuye mi dolor.

Auschwitz
Martes, 14 de junio de 2016, el reloj con su armonioso compás indica que son las 17:00. En este preciso instante, ¡doy por concluido mi viaje! Ahora, ya es tiempo sólo para regresar a casa. Miro el GPS, y este señala que, para alcanzar San Sebastián, al que quiero dirigirme he de recorrer 2.400 Kilómetros de distancia. Debido al trayecto que debo de efectuar para regresar, y dado que he quedado el viernes a las 20:00 en la capital guipuzcoana opto por hacer el camino de regreso por Alemania, así que me desvío por la E40 que cruza el suroeste de Polonia hasta el país germano. A causa de la hora que ya es, y de la misma lluvia que no se detiene, hago tan sólo unos 300 kilómetros, puesto que, a 100 kilómetros para alcanzar la frontera con Alemania, me detengo a dormir en el primer local que sale a mi paso.
A decir verdad, la presencia del hotel es muy atractiva. La señorita responsable de la recepción del mismo y tal como me viene sucediendo a lo largo de esta aventura en moto, se queda con cara de asombro e incrédula al verme llegar con el traje de agua encima del traje de la moto, el casco, los guantes….. Le pregunto: —«Buenas noches, ¿tiene habitación libre?»—. A lo que la señorita, aun sin salir de su estado de perplejidad me responde: —«Sí, tengo habitación por 59 euros la noche»—. —«¡Guau, ¡qué cara!… Sí, acepto el coste»— musito para mí, sin pretender darle más vueltas al precio. —«En vez de encontrar el alojamiento más caro a la ida, me topo con él a la vuelta. Sin duda, el más elevado de todos los hoteles cuantos he pisado en estos veinte días. Sin embargo, como ya me voy para casa me lo voy a tomar como un capricho»—.
Cojo las llaves y subo a la habitación. Una vez en su interior, coloco los utensilios de primera necesidad, y me doy un buen baño. Seguidamente me bajo a cenar al restaurante que dispone el hotel, quien cuenta con una terraza bastante amplia, y elegante. El precio es desorbitado; por el contrario, la carta de menú está en inglés. Ahora sí que puedo decidir el menú sabiendo lo que pido. —«Por favor, de primero una ensalada de frutos secos, de segundo, un codillo de carne asado, y de postre pastel de manzana, todo ello regado con una buena birra bien fría»- Después de este festín gastronómico, me ausento hasta la habitación para dejarme conquistar por el sueño.
Igual que un bólido veloz ha transcurrido la noche, tanto que el despertador suena, y me levanto de un tirón de la cama. Esta será una larga jornada, así que, no quiero perder ni un segundo de tiempo. En este momento son las 09:30 estoy en ruta. Nuevamente hoy la lluvia se convierte en mi fiel compañera, mientras que en menos de una hora ya me sitúo entrando en Alemania. Atravieso Alemania y justo por la zona donde se haya ubicado el mítico circuito de Hockenheim me fijo que el GPS se ha vuelto majara casi como al principio de la aventura. Decido parar en la siguiente área de servicio para situarme donde estoy y a donde quiero ir, a su vez detecto que llevo un error de 50km, saco el móvil con el google maps y el mapa de carretera, una vez que lo tengo claro prosigo la marcha.
Alemania, tanto como Francia, son países de elevados costes que siempre prefiero rebasarlos a la mayor celeridad posible evitando de este modo contratiempos, y gastos elevados. Finaliza el día y me detengo ahora en un pueblo llamado Neckarsulm. Acumulo 700 kilómetros de vuelta los cuales se ajustan a la distancia programada para cumplimentar en este día. —«Ya que voy con la Ducati tirando de la reserva de la gasolina, dejaré para mañana echarle gasolina»—, me dije a mi mismo.

Neckarsulm
De la misma manera que ha venido aconteciendo durante toda la jornada de hoy, la lluvia persiste, y yo me dirijo en la dirección que indica el cartel de del centro de la ciudad. Una vez en el lugar, veo inmediatamente un restaurante/hotel. Aquí también disponen de alojamiento, eso sí, mucho más asequible que el anterior, y además de un parking para la moto en la parte trasera de sus instalaciones. Eso sí, es una faena que tenga que subir caminando hasta la última planta por no contar con un ascensor.

Una vez que acabo de consumir la cerveza abono el importe de la misma, recojo mis anotaciones, y conduzco mis pasos hasta el restaurante del hotel en donde voy a cenar. Como viene resultando un hecho habitual en el transcurso del viaje, y en mis horas de comida en las que me hallo sólo en el restaurante, hoy, no iba a ser una excepción. Ceno con tranquilidad, sin comentarios ni tonos altos que rayen la insalubridad, y posteriormente subo a la habitación que me destinó la recepción. —«Estoy agotado, agotado, me voy para la cama del tirón, que no tengo ni la más mínima fortaleza física y tampoco mental para subir o bajar las inacabables escaleras para ir a dar un paseo»—
Cuando ya son las 08:00 estoy en el restaurante desayunando un café con leche y unas tostadas con mermelada. Finalizo el tiempo de desayuno y ahora bajo las maletas de la moto para el ritual de cada día colocarlas en el sitio que les corresponde de la moto. Dado al buen trato que he recibido, y aprovechando que el propietario del hotel está en los alrededores de la recepción, me acerco, y muy amablemente me despido de él. Con la satisfacción en el cuerpo y la alegría en la cara me dirijo ahora a una gasolinera próxima o así me lo hace saber el GPS para repostar combustible tal como dejé anoche para efectuarlo hoy.
En esta ocasión el GPS funciona correctamente. Cargo por completo de gasolina la Ducati, y una vez que efectúo el importe me reincorporo a la carretera. Enseguida me incorporo a la A6. La jornada de hoy transcurre sin pena ni gloria. No hay un hecho para destacar en lo que llevo recorrido por esta autopista alemana. Son justo ahora las 12:30, cuando estoy entrando en Francia. Aquí también van transcurriendo los kilómetros; ‘uno, dos, veinte, cincuenta kilómetros…’ la monotonía, la lluvia y la tranquilidad del lugar hace que se me haga un tanto aburrido el trayecto. —«Por hoy está bien de tanto aburrimiento. Voy a buscar un hotel donde pasar la noche, y mañana será otro día»—, digo algo contrariado. Claro está, que de mis intenciones de parar ya, hasta el punto en que encuentro un hotel, tardo un buen rato; lo que se traduce en un par de kilómetros más de pesadez de carretera. Es al borde de la A71 cerca de Montmarault cuando encuentro un hotel. Igual que como se pueden ver en las películas americanas, llegas con el vehículo, y estacionas en el aparcamiento, justo delante de la puerta de la habitación que te asignan. En realidad, parece que se trata de un hotel de nueva construcción, sin muchos huéspedes a la vista a razón de los vehículos que compruebo que están estacionados. Disponen de habitación libre 60 euros la noche. No le doy más vueltas al asunto, y acepto. Total, como esta es la última noche que paso la noche en un hotel de carretera, y la noche que viene a continuación, pernoctaré gratis ya en tierra española, más concretamente en San Sebastián.
Me alcanzo con la moto desde la recepción hasta la puerta de la habitación, —«Es Fantástico este sistema de aparcamientos. Si tienes que ir cargado de bolsos, y maletas»—, y aquí, fiel a la rutina del transcurso del viaje ante cada parada de descanso nocturno vacío las maletas de la Ducati, y también me aprovecho de la coyuntura del lugar para efectuar una limpieza exhaustiva del kit de transmisión. De poco ha merecido la pena sobre la limpieza del kit con la tromba de agua que ha caído durante la noche.

Hotel en Francia
Voy a cenar, para posteriormente recogerme en el hotel. Una vez que ya estoy dentro del restaurante se desmorona todo el pensamiento que había creado en base a lo que me iba a encontrar en este lugar. —«Yo que esperaba el típico, y cutre hotel de carretera, aquí sólo veo parejas elegantemente vestidas, y un restaurante totalmente lujoso»—. La carta sólo está disponible en francés y el camarero solo habla francés. En este momento, el metre que parece estar observando toda la situación desde la otra punta del restaurante, se acerca hasta la mesa, y me comenta en inglés: —«El menú…. consta de…. »—, le respondo. —«Por favor, sorpréndeme, sírvame la especialidad de la casa. Gracias»—.
Ni tan siquiera ha transcurrido quince minutos, cuando se acerca hasta mi mesa el camarero con el primer plato del menú. A decir verdad, no tengo ni la menor idea de qué consta, lo que sí puedo afirmar es que está riquísimo. Una vez que lo finalizo me sirve el segundo plato del menú que consta de un solomillo con champiñones. En el transcurso de la cena, en vez de pedir ninguna botella de vino francés, mundialmente reconocido por el mundo, y que a mí dada la experiencia que viví en una ocasión con mi amigo Gerard en Biarritz cuando después de un extenso día en moto, fuimos a cenar y pedimos una botella, la cual, además de ser tan cara como un lingote de oro, no fue de nuestro agrado, y no sería esta la ocasión en la que volvería a pecar de novato. Por tanto, dentro de estas circunstancias, me pido una de mis bebidas favoritas: cerveza.

Cena en Francia
Pago la cena, y de inmediato me recojo en la habitación para acostarme en la cama hasta el amanecer, ya que, este será el día de mi retorno a España, y donde además, he quedado al lado del Hotel María Cristina de San Sebastián con mi amigo Agustín a las 20:00, Su madre quien dispone una casa en esta ubicación, y él como un excelente amigo, me la prestara para pernoctar.

—«¡Una hora!»—, exclamo al ver el tiempo total que han tardado en quitar el tapón humano que obstruía el paso para entrar a España. Me queda la pena de no haber podido detenerme como tenía pensado a la altura del cartel que indica la entrada al país debido al tráfico tan denso «mi gozo en un pozo» —«Es imposible detenerse aquí»—.
No para de llover. En este preciso momento cuando son las 19:15 alcanzo San Sebastián. Me pongo en comunicación vía telefónica con mi amigo Agustín que viene acompañado de su mujer para recibirme, y abrirme la casa de su madre. Una vez que estoy alojado y tumbado en la cama para descansar un rato me llama mi amigo Antxon que no puede acompañarnos a la cena, pero si a tomar un txkcoli viene a recogerme en 5 minutos.

San Sebastián
Igual que hizo en Irún cuando me despidió en mi inicio de aventura, hoy regresa para darme la bienvenida, y a mí me alegra mucho que así sea.
Después de darnos un fuerte abrazo, nos situamos en la barra, y pedimos un txakoli, y un pintxo, haciendo tiempo también hasta que se reúna con nosotros Agustín para irnos al casco viejo de San Sebastián a cenar en la mesa para tres personas que habían reservado para las 22:30 pm. Al rato Agustín y yo nos quedamos solos, no sin antes comer un pintxo en compañía de Mikel que sería el tercero en la cena.

Antxón, Agustín y servidor
Una vez que nos hemos comido el aperitivo, nos vamos de camino al restaurante donde nos vamos a poner las botas de excelente comida. De primero, atún, de segundo un buen chuletón que para eso estamos en San Sebastián, y luego, la guinda del pastel con el postre casero.

Mikel, servidor y Agustín

Cena en San Sebastián
La noche se consume, y con ella también las fuerzas se agotan a la par, más que necesito reponer algo de fuerzas y energía, puesto que mañana quiero ponerme en marcha muy pronto y además, en Ribadeo me esperan los ‘Ducatistas Gallegos’ para almorzar, y a mis amigos les espera la jornada laboral.
A las 09:00, suena el despertador, y la morriña que me azota el cuerpo se evapora de un golpetazo. Es tan grande el deseo que tengo por llegar a la meta final de esta aventura que me subo ágil a la ducati y cojo la autopista A8 que me conduce directo hasta Galicia. También hoy, tal como viene sucediendo desde que partí de Auschwitz, la climatología adversa sigue acompañándome.

Ya tiene constancia que lo he descubierto, y unos kilómetros más hacia adelante nos detenemos en una gasolinera donde nos intercambiamos un abrazo. El hecho de encontrármelo justo en esta distancia, me hace una tremenda ilusión.
Continúo la ruta hasta que sobre las 14:00, entro en Galicia, y… sorpresa, ¡ahora ya ha dejado de llover! —«¡No puede ser realidad!», «esta es sin duda la primera vez que compruebo que llueve en todo el norte de España, y por el contrario en Galicia, hace un sol que raja las piedras»—.

En el restaurante A cofradía de Rinlo me esperan: Toni, Noé, Pepe, José, José Manuel y Diego con un buen plato de arroz con bogavante. El almuerzo ha sido épico, la verdad que lo he pasado en grande contando anécdotas, y como fue la preparación del viaje de algunos de ellos quienes van a la ‘World Ducati Week’ el primer fin de semana de Julio.

Noé, Pepe, José, José Manuel, Diego, Toni y servidor

Las Ducatis gallegas
Justo antes de regresar a casa nos desplazamos a una terraza en Foz, al borde del mar, y una vez ya estamos aquí totalmente relajados recibo un mensaje por Facebook de un chico llamado Josiño quien me dice: —«¿Hola Quique. Sobre qué hora tienes pensado llegar a Ordes? Nos gustaría acompañarte a la entrada»–. No articulo palabra y tampoco fluye el pensamiento de la emoción y del orgullo que siento ante el afecto que recibo de la gente.
Más o menos sobre las 17:00 , el grupo de amigos damos por finalizada la jornada, y volvemos para casa. —«¡Tan sólo me faltan 141 km, para llegar!»— Medito eufórico y totalmente entusiasmado.
Toni y Pepe me acompañan durante todo que resta escoltándome. Al llegar a la zona de Curtis, a tan sólo 20 kilómetros de casa, compruebo que se sitúan por detrás de las dos Ducatis, una Suzuki GSXF, y una Yamaha Fazer. Me siento la persona más feliz por la gesta que voy a concluir, y por la experiencia tan magnífica que desde este preciso instante podré contar a mi descendiente, la familia, y los amigos; la cual jamás en mi existencia, mientras habite en este mundo la olvidaré.
A las 19:00 entro completamente emocionado, y con los vellos de punta por la calle de casa. De pie sobre los estribos de la Ducati, y con los brazos en alto en señal de victoria. La cabeza junto con mis pensamientos fluyen en el interior del casco.

LLegada a casa
¡Reto conseguido, Quique on the Road!
Fotos de la sexta etapa: