El Maratón de Madrid desde una moto
Tuvimos el privilegio de hacer el servicio de taxi para el director de carrera de la Maratón de Madrid a lo largo de toda la prueba. 42 km y 195 metros, esta vez en moto y siguiendo a la cabeza sobre los 20 km/hora.
EL MARATÓN DE MADRID DESDE UNA MOTO
Madrid. 22 de Abril 2.012
Fueron nueve las ocasiones en las que corrí los 42 kilómetros y 195 metros del Maratón de Madrid (Mapoma) y una más el de Nueva York. Es una distancia que desde pequeño se forjó en mi mente como una leyenda muy particular que representa la aventura en su estado más elemental. Tú solo, tus piernas y la distancia olímpica por excelencia desplegada sobre tu ciudad.
Siempre he dicho que no me gusta correr, que a mí lo que me gusta es el Maratón, precisamente por esa incertidumbre que le da su particular carácter de aventura y que establece un paralelismo más próximo de lo que pueda parecer con algunas especialidades o circunstancias de la moto –el enduro, los raids, los viajes expedicionarios-, al menos en el plano de las sensaciones.
Esta mañana, gracias a la oportunidad que me ha brindado Motos Cortés (Concesionario Oficial Yamaha de Madrid) y al ofrecimiento de mis amigos dirigentes de la simpática organización Muévete por Madrid en Moto, he tenido la fortuna de seguir la carrera desde dentro y, lo que quizá es mejor, subido en una moto. Además, para completar la suerte del día, me ha correspondido el privilegio de llevar como pasajero en el fantástico T-Max 530 que pilotaba nada menos que al Director de Carrera.
Siempre me ha llamado la atención –pienso que como a todos los motoristas- la labor de las motos de TV o de los jueces en las vueltas ciclistas, e incluso muchos hemos tratado de imaginarnos conduciendo entre los esforzados de la ruta o, en este caso, entre los atletas de una maratón popular.
Bien. Pues lo cierto es que resulta más complicado de lo que pensaba: Me había hecho a la idea de que pasaría largos ratos relajado a 20 km/hora contemplando el paso de la carrera por tantos rincones emblemáticos de la ciudad, cuajados de maratonianos recuerdos para el que escribe. No ha sido así, y he encontrado con una tarea más esforzada de lo que esperaba, porque apenas si he dispuesto de las migajas de algunos minutos para embelesarme contemplando desde esta nueva perspectiva, algo así como una cómoda tribuna móvil, la aventura urbana más multitudinaria que se puede presenciar.
Lo cierto es que mi federativo pasajero, el buen señor, no paró quieto en prácticamente toda la carrera, más de dos horas y media hasta que entró en meta la primera de las mujeres participantes. Movía los brazos enérgicamente, ordenando a unos y a otros con diligente elocuencia, tanto en su voz como en sus gestos y movimientos. Volvía todo el cuerpo hacia atrás inesperadamente y con energía, casi con violencia, para controlar a los que nos seguían; igualmente echaba el tronco hacia un lado para dirigir a otra moto o a alguno de los ciclistas que señalizaban los puestos de carrera; eso cuando no me daba un toque en el hombro para salir pitando hacia adelante y controlar un cruce o una bifurcación. Aunque quizá lo más complicado de todo fue conducir por el recorrido de la carrera en sentido contrario al de los atletas para colocarnos a la altura de la primera mujer y hacer con ella los últimos kilómetros. Algo muy muy delicado, desde luego.
Todos los movimientos del señor director de carrera, de cierta brusquedad, a una marcha tan lenta y con unas ruedas de sólo 15” no te dejan ni un respiro. La realidad es que tienes que mantenerte continuamente alerta para ir corrigiendo constantemente la dirección del T-Max 530.
Aun así, he tenido tiempo de revivir la desbordante emoción de la salida, el paso vibrante de la Puerta del Sol, el tradicional ser o no ser que para esta carrera y para cada maratoniano guarda de la Casa de Campo, la implacable dureza, pesada como un edificio, que se viene encima de todos los corredores en los últimos kilómetros (siempre cuesta arriba en Madrid) para convertirlos paso a paso en un auténtico calvario. Es el temido Muro. Una lucha mental a cara de perro entre la voluntad del corredor y los pensamientos facilones: El Abandono. Y por fin el indescriptible cóctel emocional que envuelve la llegada:
la desatada sensación de la liberación, la inconmensurable satisfacción, la perplejidad ante el sueño realizado y la lágrima furtiva arrastrando el fresco recuerdo de todo lo sufrido.
Es la aventura del Maratón…, este año vivida sobre una moto.
Tomás Pérez