El Miedo es gratis en las Tandas Libres
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Quiero subrayar, antes de cualquier consideración, que este texto trasciende más allá de la responsabilidad y del buen hacer que muchos organizadores de rodadas ponen en su trabajo y negocio, y que, en absoluto, guarda los tintes de una denuncia contra su tarea, ni tan siquiera la intención de señalarles con el dedo; más bien al contrario, pretende dejarlos al margen para apuntar al que un servidor cree el verdadero origen del ambiente que, desafortunadamente, cada vez se está viviendo con más frecuencia en las rodadas.
Tampoco pretendo con este escrito crear un clima de histérica sicosis: eso sería una absurda exageración; tan sólo intento llamar la atención sobre una predisposición que se está generalizando cada vez entre más motoristas antes de hacer por primera o primeras veces una rodada.
EL MIEDO ES GRATIS EN LAS TANDAS LIBRES
Le doy alcance antes de El Garrote, hago la transición hasta La Cafetería pegado a su colín para aguantar el paso por curva justo a su rebufo, esperando el final del viraje para levantar la moto con el gas abierto a fondo, encarando la recta corta. En el momento justo en que giro todo el puño sin contemplaciones, el tipo que llevo pegado delante de mí, con su cabeza apenas a dos metros de la mía, corta de golpe y se vuelve para mirar atrás, sí, para ver si viene algún colega de su cuadrilla.
Apenas treinta metros más adelante, a la derecha de la entrada a la rápida de El Hospital, otro participante de la rodada se ha quedado parado con su Kawa sobre la tierra. A la vuelta siguiente, cuando paso apurando, casi pisando ese piano de la derecha para tirarme después con decisión a por la curva de izquierdas, le observo de reojo mientras busca algo en el suelo, aún subido en su moto. Otra vuelta más, ya me había olvidado de aquel individuo cuando enfilo la pequeña recta anterior con el gas a fondo y la cara metida tras la cúpula, consultando en un lapso el cuentarrevoluciones. En el momento de levantar la vista, una décima antes de ajustar la trazada a ese piano exterior, el vello se me eriza electrificado por el terror. La Kawa de aquel sujeto estaba justo ahí, apoyada con la pata de cabra…, sí, precisamente sobre ese piano. Prefiero olvidar aquella escena cuanto antes y acabar la vuelta recuperándome del susto, sin perder la concentración; pero al volver a pasar, tomando mis distancias, contemplo asombrado que el dueño de la Kawa se ha acodado sobre su depósito y está fumándose un extraordinario cigarrillo.
Otro día, en otra rodada. Al iniciar la parabólica de derechas que desemboca en la recta de meta, diviso una moto –creo recordar que se trataba de una naked- bastante más lenta por la izquierda, haciendo una trazada muy abierta. En el momento en que decido abrir gas y rebasarlo rápidamente por el interior, una bombilla se enciende dentro de mi cabeza y, sin saber por qué, mi mano derecha se retiene mientras no despego el ojo de la naked. No tengo ni idea de qué fue aquello, quizá un acto de providencial intuición inspirada en los 54 años que tengo…, 53 entonces. El caso es que ante mi estupor, en el último instante el piloto de la naked decide cruzar la pista por completo, de izquierda a derecha, para entrar directamente al carril de boxes; como si se hubiera dado cuenta de que dejaba atrás la calle en la que quería girar.
Meses más tarde, alguien se queda sin gasolina y decide, buenamente, hacer el camino de vuelta a boxes en sentido contrario al de la marcha del circuito. Evidente: como estaban tan cerca. Dos que se paran en la pista para ver qué le ha pasado a un amigo que se ha ido a la grava. Otro, ése es el más rápido de todos, que rebasa casi rozando a los participantes más lentos –con nada menos que 12 metros de asfalto a su disposición- y además de eso, se regodea marcándose unas eses delante de él.
Algo bastante frecuente es ver a alguno a lo lejos que en cuatro curvas te has echado encima de él. Le enseñas la moto claramente -la moto entera- a la entrada del siguiente viraje para hacer el adelantamiento sin complicaciones y, cuando vas a tirarte al interior, decide inesperadamente disputarte de forma absurda la curva, cortando por lo sano tu trayectoria para lanzarse a buscar un ápice que ni ve ni tal vez sepa de su existencia.
¿Qué debo hacer entonces, antes de entrar en el siguiente viraje? ¿Arrinconarle contra el piano, alargando la entrada, para que se lleve un susto y así darle una lección?
Pienso que no. Aunque sea lo que tal vez te pida el corazón cuando late a 190 por minuto, está muy claro que eso sería tan absurdo como la insensatez que él acaba de cometer, y está muy claro, además, que sobre todo potenciaría más aun ese ambiente de tensión.
Paseando por los boxes, entre tanda y tanda, la preocupación no disminuye. Ya no es una anécdota encontrar una nevera repleta de cervezas CON, que a mediodía se ven vacías al abrir el contenedor de la basura.
¿Se fuma en los boxes? Por supuesto. Sí, es frecuente ver fumar, a pesar del combustible que se guarda y se maneja en ellos; pero lo que llama más la atención últimamente no es el humo sino el aroma de lo que fuma algún que otro piloto; y para percibirlo no es imprescindible haberse criado, como en el caso del que subscribe, en la época más hippie de la historia. Aparte del tabaco y similares, escuchando a algunos de los que han venido al circuito por primera vez, se alimenta esa preocupación que algunas veces se plasma después sobre la pista. Algunos de esos principiantes manifiestan que lo que siempre han querido es hacer unas tandas libres, y de ninguna forma verse sometidos al método y al orden de un curso de conducción.
Resumiendo: Un tipo que fuma con la moto aparcada sobre el piano, otro que corta gas en el momento de abrir a fondo, otro más que viene empujando en sentido contrario, el que corta la pista de lado a lado como si fuera una calle desierta de su barrio, algunos que son 30 segundos más lentos que tú y te disputan la frenada, una custom negociando Sito Pons, apurando en Expo 92 y transitando por Michelín… Sí, he dicho bien:
¡Una custom inscrita en una rodada nada menos que haciendo Jerez!
El miedo es gratis en las tandas libres.
Es que me he hecho viejo. Sí, soy demasiado viejo.
Sin embargo, cuando llegan las carreras, desaparece ese estado excepcional de alerta, ese temor a lo inesperado, y en su lugar un clima de confianza preside tanto la pista como los boxes durante todo el fin de semana.
Continúa...