Cuestión de perspectiva

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La descripción de una valoración sorprendente de Víctor López, nuestro representante en la Isla de Man en esta temporada 2015, sobre tantos y tantos motoristas urbanos y cotidianos, como el propio que firma este editorial. Queda claro que todo es cuestión de Perspectiva (Sigue Leyendo).

sergio romero ttsenior

Me había citado en nuestros estudios de Super7 con Víctor López, el joven que hará volver la representación española a la legendaria Isla de Man. Espigado, de barba rala y estatura desmesurada, para ser piloto, se sentó a mi lado dentro del estudio y escuchó con detenida atención las dos entrevistas que precedieron a la suya. Mostraba una actitud próxima al embeleso con las palabras que los invitados anteriores dejaban flotando sobre las ondas, una actitud que no abandonó más tarde, cuando le llegó su turno y comenzamos a hablar de su carrera, el TT Manx, antesala del Tourist Trophy, dentro del mismo circuito en el que se han perpetuado para siempre las leyendas más antiguas del motociclismo.

Con Víctor LópezVíctor comenzó a explicar delante del micrófono las características, las fechas, las categorías y los tipos de moto que participan en esta prueba, a modo de iniciación a las Road Races en La Isla. Mientras lo hacía, su mirada se antojaba un tanto ausente, tal vez perdida en Ballaugh Brigdge, tal vez serpenteando el vertiginoso tramo de Glen Helen o quizá surcando la montaña tapizada con esa hierba áspera y pálida tan extendida a lo largo de Las Islas.

Un joven abstraído por la misma pasión que ha atrapado a legiones de pilotos a lo largo de más de un siglo. Sí, ésa es la impresión que transmitía la actitud de Víctor, sobre un poso absolutamente apacible, ante el reto de enfrentarse por primera vez al circuito más duro, más rápido y sobre todo más peligroso del mundo.

Muchos dicen que a los pilotos que corren en la Isla de Man no les rige bien la mente, que son unos locos, cuando no se les señala directamente como suicidas. Ciertamente, hay muchísimo desconocimiento a la hora de hablar sobre la Isla de Man y su TT, ciertamente, la imagen que proyecta Víctor, la que proyecta mi amigo Antonio Maeso o Sergio Romero, por hablar de los pilotos españoles que he conocido y que han corrido el Tourist Trophy, lo mismo que la actitud que transmitían todos los pilotos que pude ver pululando por el paddock silvestre del circuito, no era, precisamente, la de personas dementes, mucho menos suicidas, ni siquiera alocadas; más bien su rostro muestra habitualmente un semblante apacible, el tono de su voz se escucha habitualmente muy sosegado y su mirada muestra una precisa capacidad de concentración, un cálculo templado que nada tiene que ver con los ojos desorbitados de una chalado, ni con el frío resplandor de un suicida decidido; aunque, por otro lado, sí es cierto que de la mirada de Víctor, la de Antonio o la de Sergio escapa una chispa de la romántica pasión que les lleva, y que les llevó, a participar en la carrera más antigua de la historia.

antonio maeso 0Sin embargo y después de conocer el talante estudioso y pasional de estos pilotos, uno no deja de pensar que en muchos momentos de la carrera llegan, o va a llegar, lanzados a una velocidad que marea sólo con imaginarla, por una carretera sin arcenes, de apenas ocho metros, con un perfil curvo que evacúa la frecuente lluvia, y luego clavar los frenos para entrar en un viraje de segunda, por ejemplo, acotado por un bordillo, flanqueado por farolas y tal vez por alguna señal de tráfico, cuando no conteniendo su exterior por un muro de piedra. Uno no deja de pensar que para afrontar tramos como ésos, o para volar los saltos propios de la aviación que sacuden la cabeza de la moto, dejándola sin frenos durante decenas de metros, o para lanzarse a tumba abierta por una bajada entre casas y chalés deslumbrados por un sol que destella entre las hojas palmípedas de unos árboles centenarios, cegando como el flas de una cámara ciclópea, hay que tener un temple, una frialdad, un cálculo, una precisión y un valor… ¡Qué digo valor! Unos arrestos que ni los de esa estatua ecuestre tan aludida por los madriles y sus alrededores.

Y así, con esa valoración sobre la hazaña que va a emprender este joven, suspendimos la conversación en el estudio, para prolongarla minutos después abajo, frente a una taza de café en el bar de la esquina; una conversación apasionante y embaucadora, que nos podía haber tenido charlando a los dos hasta que la boca continuase pronunciando palabras como una autómata, sin el gobierno de un cerebro, agotado por tantos pensamientos y sensaciones vertidos. Hablamos de la magia de la Isla, de sus rincones de leyenda, de la veneración que se profesa en toda Europa, y sobre todo en el Reino Unido, claro está, a esta carrera que parece un cuento de Tolkien, tomada desde la perspectiva de los circuitos actuales, de los “circuitos cortos”, como les llaman los pilotos del TT. Al final de nuestra charla, quise repasar la mentalización y la concentración de Víctor frente al reto que tiene por delante, frente a la magnitud del riesgo que entraña la gesta que pretende realizar, y escuché sus palabras con el aplomo de quien tiene asumida una sentencia, con la serenidad bien sopesada de quien ha estudiado concienzudamente una situación y asume un riesgo cierto, tasado con la más realista objetividades.

Antonio y SergioAl salir, nos dispusimos para la despedida bajo el escueto porche de la cafetería. Aquella tarde caía una lluvia torrencial sobre Madrid, en la hora en la que un tráfico nutrido fluía con celeridad bajo la manta de agua que en ese momento cubría la calle de Velázquez.

-¿Has venido en moto? –preguntó Víctor mirando al cielo tupido por cien millones de gotas.

-Sí.  Hoy he venido en el scooter de un amigo. No tengo ninguna moto de prensa y la mía la están reparando.

-¿Y te vas ahora en ella también, claro?

-Sí, ahora saco el mono de agua que he dejado guardado bajo el asiento.

Y a continuación, sus palabras finales sonaron como las de una sentida reflexión tildadas con el respeto, y con todo el cariño también.

-¡Joder, vosotros sí que estáis locos! Meterse ahora, con la que está cayendo, entre todos esos coches que van a toda leche y sin ver nada bajo tanta lluvia.

Ni  que decir tiene que aquellas palabras me llevaron meditando hasta casa, lo poco que me dejaba la máxima tensión que me exigía ir escapando entre la jauría empapada de cuatro ruedas.

Está claro: Cuestión de perspectivas.

Tomás Pérez

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