La Hora Muerta del año
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Un editorial pensado para recibir el año en un momento único. Una hora que sólo se repite una vez cada 365 días vivida tras el manillar de una moto (Sigue Leyendo).
Cuando la madrugada tocaba a su fin y el alba del nuevo día apuntaba un tenue resplandor sobre el horizonte, llegaba la hora de la retirada antes de que la marabunta diurna inundara la ciudad. Sí, durante aquellos tiempos de La Movida Madrileña, mis salidas casi diarias me habían transformado en un auténtico hombre de noche y copa. Noches laborables que convertían las calles en senderos desolados por los que trazar una ruta en la que cada garito se erigía, a su hora correspondiente, como una parada, única y obligada, para el trasiego de crápulas, melómanos del rock y del punk, noctámbulos selectos y también liberadas del cerco machista.
Cuando ya había hecho la tercera o cuarta parada y cruzaba la ciudad en busca del penúltimo pelotazo, siempre me invadía el cuerpo la misma sensación. Sí, era la de caminar sobre el lomo de un diplodocus dormido. Por eso algunas noches sentía que debía hacer la retirada apresurada porque el dinosaurio comenzaba a desperezarse. Los primeros coches empujados por las prisas comenzaban a culebrear sorteando cruces y esquinas y los currantes más madrugadores apretaban el paso por las aceras para sumergirse en la primera boca del Metro. El tiempo apremiaba entonces porque el dinosaurio podía levantarse en cualquier momento y sacudirme como si fuese un diminuto parásito que hubiese osado posarse sobre su espalda.
Noche tras noche paseé por todo el lomo de ese gigante dormido, noche tras noche lo recorrí de cabo a rabo mientras permanecía quieto, sumido en un apacible descanso que contrastaba con la vorágine que vivía durante el día de lunes a viernes. El dinosaurio dormía por la noche, sí, pero había un momento, tan sólo un momento en el año, durante el que el gigante traspasaba el umbral del mero sueño y, más que dormido, lo que estaba en apariencia era muerto.
Curiosamente, no se trata de un momento nocturno, sino que transcurre durante la mañana y cuando el sol, si es que sale, ya se ha levantado entero sobre la línea del horizonte.
Ese momento es el de las diez de la mañana del día de Año Nuevo.
Un momento que, lógicamente, he vivido dormido en la mayoría de las ocasiones; en algunas, más allá del sueño, en un estado inconsciente; pero ha habido otras, las menos, en las que he pasado por él completamente despejado, a veces cruzando la ciudad en coche, y en cierta ocasión incluso corriendo a pie.
Para este inicio de 2.014, me pregunté por qué no hacerlo por una vez viviendo esa hora muerta del año en moto y dedicar un particular editorial a los lectores de Super7.