Kawasaki Z 1000 - Dulce, Sólida y Compacta - 4ª Opinión
Article Index
Probador: Tomás Pérez
Ficha Técnica: 1,91 m, 107 kg, 56 años
Nivel: Subcampéon 2012 Mac90 Categoría Twin
Tres Décadas atrás
Aquella noche Mario se había emborrachado hasta perder la orientación del mes en el calendario, hasta perder incluso la noción del día o de la noche, cuando buscaba preocupado, y bajo un firmamento tupido de estrellas, una zapatilla extraviada para que no se deshiciera expuesta a un sol que sólo brillaba en sus alucinaciones. Así es que, así, con las defensas tan bajas, no me costó mucho disuadirle para que me dejara las llaves de su moto.
Majestuosa, e inalcanzable para mí hasta ese momento, allí se plantaba, con la altivez de una dama ejecutiva de altos vuelos. Una Z 1000 vestida por Guzmán con un blanco impoluto que servía de fondo para unos filetes en verde, y que, a pesar de sus llantas de radios y aro en cromo, me inspiraba en la imaginación la moto-patrulla de “El Ganso”, personaje de Mad Max, Salvajes de Autopista. El manillar de cinco piezas, obligado en las deportivas de la época, el carenado bifaro, como firma de su preparador barcelonés y el escape Devil, con su extremo en forma de megáfono enrrejillado.
No podía dar lugar al arrepentimiento de Mario, así es que, según llegué a su lado, me encaramé a ella para ensartar la llave de contacto sincronizado con el mismo movimiento. Botón de arranque y la música, exótica y distinguida entonces, de un cuatro en uno, se dejó oír por todo el valle de Piera. Ahí comenzó un breve sueño, apenas un lapso, que me llevó, sin casco, por supuesto, a ritmo de 24 Horas de Montjuich, por una carretera solitaria cruzando una madrugada de hace 32 años… creo.
La Z 1000 de 2014
La bajé del remolque y la probé directamente sobre el circuito. Así, a lo vivo y sin anestesia. No miré ni presiones, ni qué neumáticos montaba, ni siquiera sabía qué demonios significa ese 1,2,3 que aparece en la vertical izquierda del display.
La primera sensación que te trasmite la Z 1000 al colocarte sobre ella es la de una moto tremendamente compacta. Te sientes sobre un bloque esculpido con la silueta cóncava de tus piernas, con una sólida sensación que ya no dejaría de transmitirme a lo largo de toda la prueba, ni siquiera en los trances más rápidos y exigentes. Una solidez, que por otro lado se antoja como los cimientos de un conjunto homogéneo que contribuyen a formar todos sus elementos sin que ni uno sólo, por pequeño que resulte, entre en discordia.
Pero no adelantemos acontecimientos y continuemos con el orden de la toma de contacto.
Al salir en marcha, sentí la posición con el tronco inclinado hacia adelante, casi en el mismo límite del concepto naked, por la altura del manillar, más bajo que en otras motos de la categoría, aunque con una discreta longitud, lo que hace que la postura quede recogida frente al viento. Lo que me cuesta un poco más de trabajo es acoplar son los pies, pero no por la posición, que queda muy natural y acorde con el asiento y con el manillar, no, sino por una cuestión de espacio, moviendo mi 46, calzado, además, con botas de circuito. El diseño de los escapes elevándose para apuntar hacia el colín, tropieza con mis talones en los primeros movimientos: Con los escapes en los talones.
Por fin dejo los pies quietos para empezar a disfrutar del inmenso motor que monta esta Kawa desde el mismo momento en el que abandono el pit line.
Se siente sólido en el puño, como un pilar, lo mismo que la parte ciclo, desde el momento en el que veo marcarse ese 1, 2, 3 vertical, que resulta ser el original comienzo del cuentarrevoluciones sobre el cristal líquido, para tener su continuidad escalada hasta las once mil en forma de segmentos luminosos sobre el display. Un motor lleno, continuo, rotundo y absoluto que parece guardar dentro 300 o 400 centímetros más de cubicaje que esos mil que dan nombre al modelo.
Esto me hace admirarme, ahora, al escribir, de los bajos que, como petróleo, están extrayendo hoy día, unos fabricantes y otros, de los tetracilíndricos de un litro. Si en los coches lo hacen con un turbo soplando en baja, en estos motores de mil aplican la electrónica de una forma que sólo diez años atrás se nos antojaría poco menos que como un fenómeno paranormal.
Adaptación
Cuando empezaba la tercera vuelta, lo hice con la sensación de ir ya acoplado a la Z 1000, pero hecho a la idea, sin saber por qué, de que me había costado bastante, y así, con esa sensación, acabé la primera tanda. Después, al tomar el cuaderno para fijar los primeros apuntes, recapacité y me dije: “¡Jolín, Tomás! ¿Tú crees que dos vueltas a FK-1 es demasiado tiempo para terminar de acoplarte a una moto que no has cogido en tu vida?”. En definitiva, que esta Z 1000 nos invita a conducirla con una naturalidad y una sincronía que al cabo de los pocos kilómetros nos sentimos tan adaptados a ella como si fuese nuestra desde hace meses.
Bien. Veamos cómo frena la Z 1000. Llego a final de recta y tiro de freno. Freno, ¿freno? No sé… Iba aún a un paso de trashumante y no he necesitado apretar de verdad, tan sólo hacer una tentativa sobre la maneta, y he sentido un tacto blando, casi mantecoso, a lo largo de esos escasos dos centímetros en los que la han acompañado mis dedos. En la vuelta siguiente, después de haber tanteado el motor a lo largo de la recta, me tomo mi distancia para volver a tirar de freno, y lo vuelvo a hacer por tan sólo esos dos cm. La Z 1000 retiene lo suficiente para entrar en la redonda que viene a continuación, tanteando, también, todo el conjunto ciclo. Es la tercera vuelta, cuando ya he pasado con una inclinación presentable y ya he sentido que la moto no sólo no se descompone, sino que parece hacerse más sólida aun en los cambios de dirección, cuanto estiro el motor en la recta y dejo que la redonda se acerque más y que lo haga más de prisa que antes de tocar el freno. Entonces aprieto la maneta un poco más allá de los dos cm y descubro una inesperada firmeza en la presión. Es en el siguiente paso cuando decido apurar la frenada, llegando mucho más de prisa y esperando un poco más para frenar, con la recta ya prácticamente consumida. Entonces me preparo para cualquier cosa, incluida una descarada salida de la trazada o incluso una excursión por la tierra. Aprieto con progresividad pero con potencia la maneta al tiempo que siento en el pie la pulsación del ABS, entonces mis dedos encuentran en la maneta un tacto contundente, con una mordaz frenada que muestra la misma solidez que el motor en su respuesta o que el resto de la parte ciclo en su comportamiento. Una solidez que detiene prácticamente la moto y que me deja la curva todavía allá, a lo lejos, esperándome para entrar a por ella.
Conclusión
Una moto sólida. Muy sólida. Por supuesto muy compacta en todos los sentidos, tanto en toda la entrega de su motor, como en cualquier grado que usemos su frenada, como en el paso por curva, ya sea lenta con el tren delantero amorrado o rápida con el empuje de una consistente tracción. Una moto, por último, con un centro de gravedad y una geometría que la hacen mucho más ágil de que lo que nos pueda transmitir su apariencia.
Tomás Pérez