2ª Edición de Carreras Clásicas en Zamora: El siglo de Oro de La Moto Hoy

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Un fin de semana de carreras, tal y como se hacían en los setenta y parte de los ochenta, en circuito trazado y montado a base de vallas, cintas y, cómo no, balas de paja por las calles de un polígono industrial a las afuera de la capital Zamorana, con una organización impecable (Sigue Leyendo).

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Contemplaba absorto el paso sucesivo de las motos al doblar una esquina que servía de sede creo que a una empresa de cristalería. Los tubarros con el caño libre en el extremo, repicando en el aire el petardeo de una estridencia que rompería, sin duda, el tímpano de cualquier oído pagano, pero que en el de un servidor, como en el de cualquier devoto creyente de esa religión sobre dos ruedas que abduce a tanto motorista, llega con el sonido medieval de las trompetas que anunciaban el regreso triunfal de las huestes cruzadas al castillo. Los megáfonos de tanta Ducati, del trío de Guzzis, de una Morini y de esa extraña criatura, la Sanglas, descubierta en La Bañeza, quebrando la atmósfera, curva por curva, con un ronquido continuo. Y cómo no, la Norton Manx de Antonio, abriendo una grieta en el cielo zamorano y siendo el provocador, quién sabe, de lo que se desató un poco más tarde.
Pasaban unos y otros aprovechando cada vez más la pista, afinando cada vez más la trazada y apurando la inclinada sobre un suelo industrial de una forma que empezaba a provocar escalofríos entre los espectadores que comprendían, la mayoría, el riesgo que comenzaba a barajarse.

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Se echaban encima de la curva tan rápido y se perdían con tal velocidad por la subida tendida, que tuve la repentina impresión de que en cualquier momento iba a aparecer por el fondo del polígono Andrés Pérez Rubio, “El Profe”, y su Guzzi blanca de Lezauto, o Carlos Morante, con su estilo fino e incisivo sobre su TZ 250 de Gran Premio, o quizá Min Grau, recortando su silueta acoplada a la exclusiva Derbi dos y medio como si formara parte de ella, tal vez Luis Miguel Reyes, pilotando con su jersey amarillo de cuello alto bajo el mono, o quién sabe si el mismo Pedro Xamar con su Siroko Rotax, o Carlos de San Antonio y su Suzuki RG 500 remendada una y mil veces, pero de vuelta en la siguiente carrera, Marcelino García y sus frenadas de escalofrío con el casco a punto de besar la aleta delantera, o incluso Nani González de Nicolás… ¿“El Ranita”? Sí, “El Ranita” con vaya usted a saber qué moto. Sí, quien sabe, sentía y presentía que en cualquier momento aparecerían todos ellos, uno detrás de otro, en una sucesión que trasladaría la historia reciente de nuestro motociclismo hasta el más vivo presente.

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Lo cierto es que la puesta en escena realizada por los miembros de la Asociación Motociclista Zamorana en su 2ª Edición de Carreras de Motos Clásicas Ciudad de Zamora guardaba tal fidelidad con aquellas carreras entre naves industriales, que no sólo mantenía en vilo esa continua impresión de que estaban a punto de aparecer las estrellas de antaño haciendo su vuelta rápida, sino que yo mismo me trasladé al instante en el tiempo, y también en el espacio, para sentirme a punto de tomar la salida en el circuito de Lugo, cuando miraba el codo de 90º exactos dibujado ahora en Zamora por las vallas y las cintas, sentirme a punto de entrar en la pista de La Línea de La Concepción al lanzar este domingo la mirada hasta el fondo de una recta perfecta entre una secuencia de logotipos y anagramas o incluso dejar que el impulso del entusiasmo me llevara hasta el irrepetible trazado de Cullera cuando contemplaba ahora en el frente la suave chicane marcada exclusivamente por las balas de paja sobre el asfalto zamorano.

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