RUIDO

Escrito por José Angel el . Publicado en El Rincón grasiento Categ

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La frontera entre un sonido hermoso y el ruido es una línea móvil que se desplaza mediante el motor del gusto o el interés.
Los que sentimos pasión por la motos custom las vemos como incompletas cuando al ponerlas en marcha lo que emiten es un leve anuncio de lo que debería ser.
A los poseedores de una GT, una naked ó un scooter, por ejemplo, es muy difícil que nadie les pida que accionen el contacto de sus máquinas, sin embargo, no es de extrañar que los poseedores de algún doble cilindro sientan, con la llave de contacto en su mano, que portan una batuta de director de orquesta y que el público espera ansioso el comienzo de los primeros compases de la sinfonía para viento y pistón.
En cualquier caso, no podemos pedir que en este mundo, diverso y variopinto, todo ser humano sea capaz de disfrutar de la belleza. Seguramente entre en juego una explicación ficticia que se llama “diversidad de gustos” y que sirve de refugio a ese tipo de personas que, al oír los Screamen Eagles de mi Nieves, suben el volumen de la canción de Bisbal que escuchan en el desaprovechado equipo de música que monta su coche.

20060630-vista m-30Recuerdo no hace mucho que vivía justo al lado de la M30. En aquel tiempo fue elegido como alcalde de Madrid un tipo que decidió desmantelar la ciudad sin importarle ni el coste económico ni mucho menos el humano. Imaginad por un momento que después de un día de ruidos, polvo, maquinaria y zanjas, llega la noche y nada cambia, todo sigue bajo una maldición que acompaña la rutina diaria. A la noche le sigue otro día con las mismas molestias. Y después otra “jornada” nocturna más, finalmente, se completa una semana, seguida por otra tanda de siete días con sus siete noches. Y así meses y un año, y dos años, y tres años y casi cuatro.
Un día de vuelta al “hogar”, montando un hierro cuyas colas estaban bastante abiertas, emitiendo un sonido que seguramente superaba el nivel marcado en la pegatina del chasis, decidí que me apetecía tomar una cerveza en una de las pocas terrazas de bar que sobrevivían en aquel paisaje apocalíptico. Cercana, la moto reposaba en la acera, y mientras la observaba disfrutaba de mi fría y espumosa cerveza. Entonces, sin mediar aviso o amenaza previa, el dueño del bar decidió que unos altavoces que asomaban por un par chapuceras aberturas escupieran una repugnante remezcla de cancioncillas de verano. Miedo y asco en la terraza. Acostumbrado a soportar vibraciones sonoras, que a modo de maldición bíblica acompañaban mi vida por entonces, decidí hacer un ejercicio de abstracción sumergiendo la mente en las burbujas amarillas de mi jarra.
Instantes después, pasó por la calle un afortunado sobre una Softail con colas de pez, un hermoso y puro sonido que consiguió sacarme de mi letargo mental y, como haciendo una selección natural de estímulos, mis neuronas reaccionaron, abandonaron la pausa en la que se refugiaron para no soportar el infierno sonoro del barrio.
Sorprendentemente, a mi lado una señora emitió su queja:
-    Por favor, la puñetera moto… -
No había transcurrido ni un minuto cuando un pequeño vehículo de obra y un camión lleno de escombros pasaron por el mismo lugar. El volumen del ruido que emitían impedía incluso mantener una conversación, por ese motivo la misma señora hizo una pausa en la conversación que mantenía con su acompañante, esperó a que pasaran aquellos artefactos y prosiguió su charla con toda naturalidad. ¡Ni un comentario esta vez!
obras M-30Apuré la cerveza e hice entonces un pequeño análisis de la situación.
La meditación me llevó a la siguiente reflexión: Durante años la ciudad se ha sumido en unas obras con sus perturbadoras molestias las 24 horas. Estas obras han supuesto un endeudamiento desproporcionado. Los vehículos que se utilizan en dichas obras generan ruido y contaminan el aire en mayor medida que cualquier otro. En las zonas directamente afectadas se han desactivado los medidores de calidad del aire, de esta manera se oculta la información sobre la polución existente, el pueblo no necesita tanta información, puede alcanzar a ciertas conclusiones.
La mierda de música me recuerda que un hortera con bar puede poner altavoces o instalar una televisión en la calle, evidentemente con su volumen bien alto para que todo el mundo sufra los berridos del locutor de turno lamentando no se que historia de un 9 falsificado o la de un portero que besa a la presentadora florero de moda. Tampoco hay que olvidar a los personajes que en la terraza de un bar carecen de la capacidad de conversar como personas: El grito es su medio de expresión.
Pero todos estos momentos sonoros llegan a las orejas del ciudadano “normal” y en sus pabellones auditivos se convierten, de alguna manera incomprensible para mí, en un dulce trinar de pájaros. ¡Aleluya hermanos! Se ha obrado el milagro.
Eso sí, tened en cuenta una cosa: el ruido lo hacen las motos.
Esos engendros de dos ruedas manipulados por seres salvajes venidos del Averno son una fuente de males para el honrado, obediente y temeroso de Dios contribuyente. Es verdaderamente curioso cómo en este país se tiene por proscrito todo lo concerniente a las motos: Reside en la mentalidad general. Cuando se produce un accidente en el que hay implicado un motorista, se tiende a pensar que el culpable es él, si; de hecho, hay hasta un dicho peyorativo:

“Va como una moto”.
IMG 20120803 102938A la cabeza me viene ese peculiar evento llamado ITV, especialmente beligerante con el mundo motero. Cada vez que he llevado un vehículo a pasarla me he sentido como un judío de la Varsovia ocupada intentando pasar un control de la GESTAPO. He visitado varios de estos establecimientos y la principal conclusión que saco es que en cada uno de ellos contemplan diferentes conceptos de seguridad; pero aun se puede ajustar más: dentro de un mismo lugar los empleados tienen diferentes maneras de entender las cosas y, por supuesto,  todo ello bajo la oscura figura del “ingeniero”.
Es más que razonable que se aplique un control de seguridad, cualquier cosa con motor y ruedas debe cumplir unos mínimos para que no se convierta en un peligro o una molestia. Bien, pero ¿cuál es ese mínimo?, aquí es donde el afán recaudador de los gobernantes entra en juego; la picaresca y la chapuza hacen el resto.
En los chasis de las motocicletas se aloja una pegatina que, entre otras cosas, indica el nivel sonoro máximo, medido en decibelios, que puede emitir. Pues resulta que no todas tienen el mismo, es como si alguien decidiera que cada modelo no puede rebasar un límite, pero basándose en un gusto personal, no tiene otra justificación. Para vivir en cierta armonía con el resto de la sociedad y evitar una contaminación sonora, debe haber un limite. Dicho límite debería ser el que después de un estudio se determine de manera fundamentada y para todos el mismo.
Pues no. Según la pegatina del chasis de mi Harley del 2002 este límite es 10 decibelios mayor que el permitido al mismo modelo en la actualidad. Me imagino a la persona que decide los límites como alguien que no soporta el sonido de un motor a inyección, prefiere que los carburados canten más alto.
Ni se te ocurra intentar pasar la inspección técnica con una motocicleta tipo Chopper. Incumples todas normas de seguridad y civismo. El cuelgamonos es algo peligrosísimo que hace ingobernable la moto, como un buque a la deriva. Y que decir de las colas, esas Trompetas de Jericó anunciando la apertura del infierno para que de sus fauces salga el motero, varios de ellos conforman la peor de las plagas bíblicas.
Ahora bien, toma tu billetera y disponte a homologarla tal cual, exactamente como está. En el preciso momento que sueltas la pasta, y mucha, un efecto evangelizador se extiende sobre el satánico hierro, y tras el exorcismo pecuniario, el atroz cuelgamonos se convierte en un simpático manillar, las Trompetas de Jericó en arpas de querubines…
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Me cago en el genoma del reggaeton, sus machacones compases interrumpen mis reflexiones. Me tomaría otra cerveza pero decido no premiar con otra consumición al dueño del bar.

Mientras pongo en marcha el hierro para recorrer los 50 metros hasta la puerta de mi garaje miro a la cara de la señora, su gesto de indignación se produjo como me esperaba. El hermoso sonido del bicilíndrico le parece horrible mientras que las molestias de las desproporcionadas obras ó los altavoces clandestinos del bar son asumibles.
La tipa de cara maquillada en exceso me parece una alegoría de la propia sociedad y sus diferentes raseros.

Verdaderamente ¿dónde está el ruido?

José Angel Lorenzo

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